Anécdotas, notas, sermones, vivencias, aprendizajes que he tenido en el caminar con Jesucristo por esta tierra. Oportunidades de aprender a los pies de Mi Maestro y Señor. Deseo compartir este caminar con otros y otras caminantes..
domingo, 25 de agosto de 2013
“El Dios que nos endereza”
jueves, 22 de agosto de 2013
La Familia de Dios
miércoles, 21 de agosto de 2013
¿Cómo afecta el bagaje cultural a nuestra acción cristiana?
Por largos años fui estudiante del devenir histórico de Puerto Rico. En mi interés por conocer los antepasados, la existencia heredada, las condiciones presentes y las posibilidades futuras, dediqué largas horas, días, años y esfuerzos al estudio de la historia de Puerto Rico. Una de las áreas de mayor interés fue entender por qué existía tanta disparidad, diferencia, entre el proceso de desarrollo social de Puerto Rico (y, en esencia, de toda América Latina) con respecto al desarrollo social del Norte América.
En el proceso de estudiar este fenómeno, que se ha utilizado para deshonrar y humillar nuestra nacionalidad, descubrí que existe una teoría que ayuda, en parte, a explicarlo. Es la teoría de Stanley & Stanley, dos historiadores británicos que se dieron a la tarea de encontrar explicaciones al mismo problema.
Según esta teoría, la disparidad se debe, en parte, a “la herencia colonial.” Mientras Norteamérica fue colonizada por la Gran Bretaña, cuna de la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo; Suramérica (a excepción de Brasil), fue colonizada por el imperio decadente, retrogrado, de la monarquía moribunda de los Reinos de Castilla y Aragón (a los cuales les tomaría otros dos siglos en advenir al Renacimiento y llamarse finalmente “España”.) Este imperio decadente mantuvo a sus colonias en ultramar por cuatros siglos (en el caso de Cuba y Puerto Rico) con el único sistema administrativo posible: “la centralización.” España tenía que mantener control de todo lo que entraba y salía de sus colonias. Para lograrlo, desarrolló un sistema que dependía de la confianza en la persona, el individuo, que se colocaba a cargo del gobierno y sus instituciones. Algunos de estos cargos fueron vendidos y algunos eran “de por vida” (vitalicios). Algunos cargos eran hereditarios, se podían pasar de padres a hijos. De esta manera se mantenía un control extraordinario.
Otra manera de mantener este tipo de control lo fue la creación del sistema de sellos notariales y sellos de rentas internas. Todavía hoy se practica que, para darle oficialidad a un documento o transacción, haya que “comprar” un sello. Un resultado evidente de este sistema de gobierno y de administración “a ultramar” fue la “personificación” del oficio público y el control.
La herencia colonial española nos legó una impresión equivocada de lo que significa “el cargo público.” Realizar una buena labor en la gestión pública representaba un logro personal, es decir, de “la persona.” De ahí que toda persona que se involucra en un cargo público, piense que lo importante es “quedar bien”. Es decir, “es cuestión de imagen.” Si la gestión resulta insuficiente o mediocre, la persona “el líder” queda desprestigiado y desprovisto de ninguna oportunidad de aprender a hacerlo mejor.
Algo similar ocurre con las instituciones no-gubernamentales, no-públicas. Hemos copiado el sistema público para exaltar al ser humano y no la gestión “pública” (que de por sí implica a un grupo de personas.) Al centralizar la atención en “el individuo”, la persona, hemos perdido la oportunidad de replicar los estilos que pudieron haber dado resultado, por aquello del “qué dirán”; de que “lo hizo igual que fulano.”
Vivimos en un sistema de valores que se ha colocado al revés del Reino de DIOS. Cuando se supone que sirvamos, exigimos beneplácito y fama, reconocimiento y reverencia. Cuando se supone que formemos un “Equipo de Cristo” para dar testimonio de que ÉL nos invita a regresar a la casa, al hogar paternal; nos comportamos como “hermanos mayores.” Cuando se espera que allanemos, enderecemos, preparemos el Camino para que todos y todas se puedan encontrar con el Padre regresando a casa, nos comportamos como capataces y “alter-egos,” “jefecitos,” como “dueños de la casa.”
Debemos aprender del Siervo Sufriente, Cristo. Su efectividad no dependió de quiénes dirigían, de quiénes trabajaban como líderes religiosos, sino de servir. Su efectividad recae, todavía hoy, en el hecho de que EL quiere que todos y todas sus discípulos seamos del “Equipo de Cristo” y lo que desea es que los demás experimenten lo que nosotros y nosotras hemos experimentado. Para eso vino Jesús, para mostrarnos, con su ejemplo de SERVICIO, El Camino de regreso a la Casa de Papá. Sublime Gracia que me alcanzó...en el Camino...
Nadie se llame a engaño: si queremos crecer en el Reino de DIOS tenemos que servir, servir, servir. Recuerde: “hay personas que no viven para servir y, por lo tanto, no sirven ni para vivir.” “El que sirve, sirve y el que no, no sirve.” Si Jesús mismo dice que no vino para ser servido, sino para servir, ¿Cómo pues pretendemos nosotros convertir a los demás y hasta a DIOS mismo en siervos nuestros? Es al revés: tenemos que servir a los demás, y haciendo esto, servimos a DIOS. ¿Amén? ¡Amén!Pastor Juan G. Feliciano-Valera
La Compasión
El principio de compasión permanece en el corazón de todas las tradiciones religiosas, éticas y espirituales, y siempre nos pide tratar a los otros como nos gustaría ser tratados. La compasión nos impulsa a trabajar sin cansancio para aliviar el sufrimiento de nuestros semejantes; nos motiva a dejar de lado el egoísmo y aprender a compartir y nos pide honrar la inviolable santidad de cada ser humano, tratando a todos, sin excepción, con absoluta justicia, equidad y respecto.
Es además necesario en la vida pública y en la privada abstenerse de causar dolor de manera sistemática y categórica, actuar o hablar de manera violenta, obrar con mala intención, manejarse priorizando el interés personal, explotar o denegar los derechos básicos e incitar al odio denigrando a los otros – aunque sean enemigos - actuar de manera contraria, implica negar nuestra humanidad. Reconocemos haber fallado en vivir con compasión y sabemos que alguien ha incluso incrementado la miseria humana en nombre de la religión.
Por eso pedimos a hombres y mujeres ~ restaurar la compasión al centro de la moralidad y de la religión ~ volver al antiguo principio que afirma que cualquier interpretación de la escritura que incite a la violencia, el odio o al desprecio, es ilegítima ~ garantizar a los jóvenes una información positiva y respetuosa sobre otras tradiciones, religiones y culturas ~ estimular a una positiva apreciación de la diversidad cultural y religiosa ~ cultivar una empatía consecuente con el sufrimiento de los seres humanos, hasta con aquellos que consideramos enemigos.
En nuestro mundo polarizado hay una necesidad urgente de transformar la compasión en una fuerza clara luminosa y dinámica. Arraigada en la determinación de trascender el egoísmo, la compasión puede romper las fronteras políticas, dogmáticas, ideológicas y religiosas. Nacida de nuestra profunda interdependencia, la compasión es esencial para las relaciones humanas y para la realización de la humanidad. Es el camino hacia la claridad, indispensable para la creación de una economía justa y de una comunidad global y pacífica.
(Tomado de Charter for Compassion, 2009: http://es.charterforcompassion.org/ .)
martes, 20 de agosto de 2013
¿Qué es lo más importante que has hecho en tu vida?
Lo más importante que he hecho en la vida, tuvo lugar el 8 de Octubre de 1990. Comencé el día jugando golf con un amigo mío al que no había visto en mucho tiempo. Entre jugada y jugada, conversamos acerca de lo que estaba pasando en la vida de cada cual. Me contó que su esposa y él acababan de tener un bebé. Mientras jugábamos, llegó el padre de mi amigo, que consternado, le dijo que su bebé había dejado de respirar y lo habían llevado de emergencia al hospital. En un instante, mi amigo subió al auto de su padre y se marchó. Por un momento me quedé donde estaba, sin acertar a moverme, pero luego traté de pensar qué debía hacer: ¿Seguir a mi amigo al hospital? Mi presencia allí, me dije, no iba a servir de nada, pues la criatura seguramente estará al cuidado de médicos y enfermeras, y nada de lo que yo hiciera o dijera iba a cambiar las cosas. ¿Brindarle mi apoyo moral? Eso, quizás, pero tanto él como su esposa provenían de familias numerosas, sin duda estarán rodeados de parientes, que les ofrecerán consuelo y el apoyo necesario, pasara lo que pasara. Lo único que haría yo sería estorbar. Así, decidí reunirme con algunos familiares e ir más tarde a ver a mi amigo. Al poner en marcha el auto, me percaté que mi amigo había dejado su camioneta, con las llaves puestas, estacionada junto a las canchas. Decidí pues, cerrar el auto e ir al hospital a entregarle las llaves.
Como supuse, la sala de espera estaba llena de familiares que trataban de consolarlos. Entré sin hacer ruido y me quedé junto a la puerta, tratando de decidir qué hacer. No tardó en presentarse un médico, que se acercó a la pareja y, en voz baja, les comunicó que su bebe había fallecido. Durante lo que pareció una eternidad, estuvieron abrazados, llorando, mientras todos los demás los rodeamos en medio del silencio y el dolor. El médico les preguntó sí deseaban estar unos momentos con su hijo. Mi amigo y su esposa se pusieron de pie, y caminaron resignadamente hacia la puerta. Al verme allí, en un rincón, la madre se acercó, me abrazó y comenzó llorar. También mi amigo se refugió en mis brazos.
"Gracias por estar aquí, me dijo". Durante el resto de la mañana, permanecí sentado en la sala de emergencias del hospital, viendo a mi amigo y a su esposa sostener en brazos a su bebé y despedirse de él.
Eso, es lo más importante que he hecho en mi vida.
Aquella experiencia me dejó tres enseñanzas:Primera: Lo más importante que he hecho en la vida, ocurrió cuando no había absolutamente nada que yo pudiera hacer. Nada de lo que aprendí en la universidad, ni en los seis años que llevaba ejerciendo mi profesión, ni todo lo racional que fui para analizar mis alternativas, me sirvió en tales circunstancias. A dos personas les sobrevino una desgracia, y yo era impotente para remediarla. Lo único que pude hacer fue acompañarlos y esperar el desenlace. Pero estar allí en esos momentos, en que alguien me necesitaba, era lo principal.
Segunda enseñanza: Estoy convencido, que lo más importante que he hecho en mi vida, estuvo a punto de no ocurrir, debido a las cosas que aprendí en la universidad, al concepto inculcado de ser racional, así como en mi vida profesional. Al aprender a pensar, casi me olvidé de sentir. Hoy, no tengo duda alguna que debí haber subido al carro sin titubear, y seguir a mi amigo al hospital.
Tercera enseñanza: Aprendí que la vida puede cambiar en un instante. Intelectualmente, todos sabemos esto, pero creemos que las desdichas les pasan a otros. Así pues, hacemos planes y concebimos nuestro futuro como algo tan real, que pareciera que va a ocurrir. Pero, al ubicarnos en el mañana, dejamos de advertir todos los presentes que pasan junto a nosotros, y olvidamos que perder el empleo, sufrir una enfermedad grave o un accidente, toparse con un conductor ebrio y miles de cosas más, pueden alterar ese futuro en un abrir y cerrar de ojos.
Desde aquel día, busqué un equilibrio entre el trabajo y la vida; aprendí que ningún empleo, por gratificante que sea, compensa perderse unas vacaciones, romper con la pareja o pasar un día festivo lejos de la familia. Y aprendí que lo más importante en la vida, no es ganar dinero, ni ascender en la escala social, ni recibir honores... Lo más importante en la vida, es el tiempo que dedicamos a cultivar una amistad.
lunes, 19 de agosto de 2013
A Dios les agradezco
b) Por los descuentos en mi sueldo, porque significa que estoy trabajando.
c) Por el desorden que tengo que limpiar después de una fiesta, porque significa que estuve rodeado de seres queridos.
d) Por las ropas que me quedan un poco ajustadas, porque significa que tengo suficiente para comer.
e) Por mi sombra que me ve trabajar, porque significa que puedo salir al sol.
f) Por el césped que tengo que cortar, ventanas que necesito limpiar, cañerías que arreglar, porque significa que tengo una casa.
g) Por las quejas que escucho acerca del gobierno, porque significa que tenemos libertad de expresión.h) Por el lugar para estacionar que encuentro al final del estacionamiento, porque significa que tengo auto.
i) Por la señora que está detrás de mí en la iglesia y que desentona al cantar, porque significa que puedo oír.
j) Por la cantidad que tengo que lavar y planchar, porque significa que tengo ropa que vestir.
k) Por el cansancio y los dolores musculares al final del día, porque significa que fui capaz de trabajar duro.
l) Por el despertador que suena temprano todas las mañanas, porque significa que estoy vivo!!
m) Y finalmente, Doy Gracias a DIOS por la cantidad de mensajes que recibo, porque significa que tengo amigas y amigos que piensan en mí.
Un tazón de madera
El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo, y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel.
El hijo y su esposa se cansaron de la situación. "Tenemos que hacer algo con el abuelo", dijo el hijo. "Ya he tenido suficiente. Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo". Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí el abuelo comía solo, mientras los demás disfrutaban de su cena familiar.
Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado sólo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.
El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Pero una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo y le preguntó dulcemente:
- "¿Qué estás haciendo hijo?"
Con la misma dulzura el niño le contestó:
- "Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos." Sonrió y siguió con su tarea.
Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma, que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, y aunque no se dijo ninguna palabra al respecto, ambos supieron lo que tenían que hacer.
Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.
Sobre el matrimonio
"Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto. Cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad, rebasando, sin respetar los altos, condujo hasta el hospital. Cuando llegó, por desgracia, ya había fallecido. Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas. El pidió a mi hermano teólogo que le dijera donde estaría mamá en ese momento. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte, conjeturó cómo y dónde estaría ella. Mi padre escuchaba con gran atención. De pronto pidió: "llévenme al cementerio". Papá -respondimos-, ¡Son las 11 de la noche, no podemos ir al cementerio ahora! Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: "No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa por 55 años".
Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador, con una linterna llegamos a la lápida. Mi padre la acarició, lloró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena conmovidos: "Fueron 55 buenos años, saben. Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así". Hizo una pausa y se limpió la cara. "Ella y yo estuvimos juntos en aquella crisis, cambio de empleo", continuó, "hicimos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de ciudad, compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos, oramos juntos en la sala de espera de algunos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada Navidad, y perdonamos nuestros errores... Hijos, ahora se ha ido y estoy contento. ¿Saben por qué? Porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso, y le doy gracias a Dios. La amo tanto que no me hubiera gustado que sufriera...”
Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló: "Todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día."
Esa noche entendí lo que es el verdadero amor. Dista mucho del romanticismo, no tiene que ver demasiado con el erotismo, más bien se vincula al trabajo y al cuidado que se profesan dos personas realmente comprometidas.
Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle; ese tipo de amor era algo que no conocían. Reflexión: Para saber el valor de un semestre: Pregúntale a un estudiante que reprobó el examen final. Para saber el valor de un mes: Pregúntale a una madre que ha dado a luz prematuramente. Para saber el valor de una semana: Pregúntale a un editor de la revista semanal. Para saber el valor de una hora: Pregúntale a los amantes que esperan para verse. Para saber el valor de un minuto: Pregúntale a la persona que perdió el tren, el autobús o el avión. Para saber el valor de un segundo: Pregúntale a quien haya sobrevivido de un accidente. Para saber el valor de una milésima de segundo: Pregúntale al atleta que ganó una medalla de plata en las Olimpiadas. El tiempo no espera a nadie. Atesora cada momento que tienes. Lo atesorarás mucho más si lo compartes con alguien especial. El origen de esta carta es incierto, pero da alegría a quienes la leen y la aprecian. Comparte el Amor de DIOS con otras personas, serás feliz.
¡DIOS te bendiga!