Rdo. Dr. Juan G. Feliciano-Valera
Texto: San Mateo 2:1-12 (VRV, 1995)
1 Cuando Jesús nació, en Belén de Judea, en días del rey Herodes, llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, 2 preguntando: —¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, pues su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo. 3 Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. 4 Y, habiendo convocado a todos los principales sacerdotes y escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le respondieron: —En Belén de Judea, porque así fue escrito por el profeta: 6 »“Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá, porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel.” 7 Entonces Herodes llamó en secreto a los sabios y se cercioró del tiempo exacto en que había aparecido la estrella. 8 Y enviándolos a Belén, dijo: —Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño y, cuando lo halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya a adorarlo. 9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron. Y la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que, llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. 10 Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. 11 Al entrar en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose lo adoraron. Luego, abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. 12 Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
INTRODUCCIÓN: Me gustaría compartir con ustedes la razón por la cual la celebración de hoy, “Día de la Epifanía”, demuestra perfectamente la manifestación del amor y la gracia de Dios para toda la humanidad. “Epifanía” significa precisamente, Dios manifestándose al mundo a través de la visita y adoración de los Magos (o “Sabios” o “Reyes”) de Oriente.
¡Qué extraño nos parece que unos magos de oriente se lanzaran a la búsqueda de un rey desconocido! No sabemos cuántos sabios vinieron, ni de dónde vinieron, ni cuáles eran sus nombres. Estos “magos” eran sabios, astrólogos orientales que estudiaban las estrellas y procuraban entender los tiempos. Eran gentiles llamados especialmente por Dios para venir y rendirle homenaje al Recién-Nacido Rey.
Les invito a contemplar el cuadro significativo de aquellos hombres sabios, que dejaron su patria y su hogar para emprender un viaje largo porque arriba, en el cielo, les conducía una estrella reluciente y especial; y adentro en sus corazones, les impulsaba un sueño, una aventura, una fe.
Veamos en la pantalla de nuestra imaginación cómo prosiguen, siempre adelante, venciendo los obstáculos, porque tienen una meta, la cual desean alcanzar. En fe viajemos con ellos, a fin de que arribemos al sitio donde se hallaba Jesús, porque allí, con ÉL, está nuestra felicidad y la cristalización de nuestros más puros ideales.
11 Al entrar en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose lo adoraron. Luego, abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
1. El Encuentro: “AL ENTRAR EN LA CASA”.
Después de tanto tiempo, por fin llegaron adonde querían llegar. Aquello fue el término de una larga caminata, pero fue también el comienzo de una nueva vida, porque en Cristo muchas cosas terminan y muchas cosas empiezan. Aquí la “casa” puede representar la iglesia, el templo. Los magos llegaron desde muy lejos a la casa de Belén. Así nosotros, al congregarnos en la casa del Señor, arribamos desde distintos y distantes puntos. Nos hemos dado cita en el templo, donde se predica la Palabra de Dios. Es bueno asistir al templo. La iglesia debe ser el atractivo permanente de los creyentes. Aquí está nuestro hogar espiritual. Todos conocemos la hermosa afirmación del piadoso rey David: "Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos" (Sal. 122:1). En el día del Señor y al salir de nuestras casas, ¿Hacia dónde nos dirigimos? Al templo, a la casa del Señor, a la comunión con los santos.
2. La Admiración: "VIERON AL NIÑO CON SU MADRE MARÍA."
En la iglesia hay que ver a Jesús. ÉL es el centro de nuestra fe y de nuestra adoración. Sin duda que hay muchas otras cosas que ver, pero Jesús es Quién debe atraer nuestra atención. ¿Alguien dice Amén? ¡Amén! Este punto es muy importante, porque aquello en que fijamos nuestra mirada, mientras nos hallamos en el templo, va a señalar la dirección de nuestros pensamientos. Muchas veces divagamos; sin concentrarnos en el propósito principal de nuestra presencia en el culto. Es necesario imponernos una disciplina en cuanto a dónde poner nuestra atención, hasta que nos acostumbremos a "estar en lo que estamos". Uno de los inconvenientes, pues, que debemos vencer es la distracción.
3. La Adoración: “LO ADORARON."
Y es a eso a lo que venimos al templo: a adorar a Jesús. Sí, a ÉL y solamente a ÉL. Los magos no le rindieron culto a María, aun cuando ella estaba allí en persona. "Lo adoraron" a ÉL, a Jesús. Si no hay adoración tampoco puede haber culto. ¿Cuán corriente es la frase: “Fui al culto, estuve en el culto?" ¿Hubo realmente culto? Si adoramos al Señor “en espíritu y en verdad”, entonces si podemos decir que hubo culto. La adoración es sentir en lo íntimo de nuestro ser a Dios, y darle gracias por todo, y cantar himnos de alabanza a su nombre. ¿Es el templo para nosotros, un lugar de adoración?
4. La Ofrenda: “Y ABRIENDO SUS TESOROS."
La presencia del Señor nos mueve a la adoración, y la adoración nos mueve a dar, a abrir el corazón. A decir verdad, no puede haber adoración si no hay un dar de algo. Se ve que los magos llevaban esos tesoros con propósito. Sabían de antemano que se encontrarían en la presencia del Rey esperado por las naciones. ¿Cómo se presentarían con las manos vacías ante ÉL? ¿Es así como debemos ir al Señor? La Navidad de Dios para nosotros fue dar: nos dio a Su Hijo. La Navidad de nosotros para Dios debe ser también dar: darnos a nosotros mismos a ÉL. En el centro del cristianismo está el acto de dar. Al amor y a la fe no se los puede concebir de otro modo. ¿No hemos nosotros también de abrir nuestros presentes ante ÉL?
Hay un punto más: el término “tesoros” nos sugiere no solamente el concepto de valor intrínseco, sino algo que nosotros apreciamos mucho. Es así como muchas veces, para expresar cariño especial, usamos figurativamente la frase: "Eres mi tesoro." No es cuestión, pues, de sólo traer dinero al templo, de dar diezmos y ofrendas a la iglesia, sino que al dar lo que damos a Dios debemos sentir que damos lo que nos cuesta, lo que nos es precioso, nuestro "tesoro". Los magos adoraron dando. Se puede dar sin adorar, pero no se puede adorar sin dar. ¿Qué estamos dando nosotros al Señor? En los requisitos establecidos para el culto a Dios en el Antiguo Testamento, estaba el de traer siempre alguna ofrenda al Señor (Deuteronomio 16:16,17.)
Los tesoros de los magos fueron tres: Oro. Incienso. Mirra. Oro para el Rey. Incienso para su sepultura. Mirra para la adoración.
LLAMADO. Finalmente, te quiero recordar que lo que celebramos el 6 de enero es la Manifestación (“Epifanía”) de Dios a toda la humanidad representada por los “magos” (o sabios) que vinieron de Oriente. Dios escogió manifestarse a unos pastores judíos que cuidaban el rebaño de ovejas y a unos representantes del “resto” del mundo. Dios pudo haber hecho una entrada “triunfal” con fanfarria, corceles alados, ángeles, querubines y serafines cantando; pero, sin embargo, escogió manifestarse de forma humilde y nada “religiosa.” Dios deseó dejarnos saber que Dios anhela establecer una relación íntima y personal con cada uno de nosotros(as). También busca dejarnos saber que somos Su pueblo, parte de Su comunidad basada en la fe. Su gracia busca cada día maneras de alcanzarnos para bendecirnos y dejarnos saber cuánto nos ama, de qué manera nos ama y cómo nos ama. Nosotros(as) no podemos hacer nada para que Dios nos ame mas, porque ya Dios nos ama; tampoco podemos hacer nada para que nos ame menos, porque ya Dios nos ama. Solo espera nuestra respuesta a Su gracia, a Su invitación, a Su amor, a Su compañía, a Su cuidado. Dile “Sí” a Dios y dale gracias.
Tu fe es la respuesta a Su gracia.
Oremos. Amantísimo Dios, gracias por tu regalo. Gracias por manifestar tu grandeza de una manera tan humilde. Permítenos recordar el verdadero significado del Nacimiento de tu Hijo, Jesús. Gracias por la lección de dar. Ayúdanos a responder fielmente. En el Nombre de Jesús. ¡Amén!