martes, 5 de mayo de 2015

Catedrales o Familias

FAMILIAS BAJO EL PACTO DE LA PROMESA DE DIOS
Dr. Juan G.  Feliciano-Valera

Dedicado a las familias cristianas: con admiración, por lo que construyen cuando nadie les ve. 
Se trata de DIOS, el DIOS que todo lo ve.  Porque DIOS es fiel.

TEXTOS: Efesios 2:1-12 “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.”

Romanos 9:4: “que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la Ley, el culto y las promesas.”

Gálatas 3:17: “Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios en Cristo no puede ser anulado por la Ley, la cual vino cuatrocientos treinta años después; eso habría invalidado la promesa,…”

Hebreos 9:15 “Por eso, Cristo es mediador de un nuevo pacto, para que, interviniendo muerte para la remisión de los pecados cometidos bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna,…”


INTRODUCCIÓN.  Quiero compartir con ustedes una información que he recogido en el Camino.  Existe un libro sobre las grandes catedrales de Europa que ilustra, con fotos y descripciones, estas grandes obras de arte religioso que tomaron muchos años en construirse.  Resulta muy interesante que la gente que construyeron las grandes catedrales en Europa, nunca vieron el producto final de lo que construyeron.  No se mencionan sus nombres en los libros, ni se les entregaron medallas, ni trofeos, ni menciones especiales, y, en muchos casos, ni se les recuerda.  Pero, eso, no impidió que siguieran construyendo las obras, las catedrales.  Ellos tenían en su mirada la promesa de que lo lograrían.  No les importó ser invisibles, sabían que alguien vería sus obras.  Tenían la mirada puesta en la meta, en el final, en la promesa de que se terminaría la obra que habían comenzado.
Existe la historia de uno de estos constructores que estaba tallando una pequeña ave en una viga de madera que sostendría el techo de una de estas inmensas catedrales.  Alguien que le observó tallando con gran cuidado esta ave, le preguntó: “¿Por qué tomas tanto tiempo haciendo eso, si nadie lo va a notar jamás?”  El hombre contestó: “Porque Dios si lo va a notar.” 
Estos constructores de catedrales confiaban y sabían que DIOS todo lo ve.  Todo.  ¿Oyó bien?  ¡TODO!  ¿Amen? ¡Amén! 
Estos constructores dieron sus vidas construyendo obras gigantes que jamás ellos mismos verían finalizadas.  Trabajaron día a día, cada día, sin fallar, aunque nunca verían sus obras terminadas.  Algunas de estas catedrales tomaron más de cien (100) años en construirse.  Eso es más de lo que cualquier persona puede vivir.  Sin embargo, estos constructores se presentaban, día a día, a trabajar en algo que no verían terminado, que no verían finalizado, completado, acabado.
Si buscan información sobre quiénes construyeron estas grandes catedrales en Europa, encontrarán que dice: “Constructor: Desconocido,” desconocido, desconocido.  Trabajaron anónimamente.  De forma invisible.  ¿Escuchó bien?  Anónimo, desconocido, invisible.  Estos constructores hicieron grandes sacrificios sin esperar nada a cambio, porque no verían el producto de sus esfuerzos.  Nadie les daría crédito por lo que hacían.  Se sacrificaron por un edificio que no llevaría sus nombres.   ¿Oyó bien?  Nadie les recordaría por lo que hicieron.  Nadie les reconocería su hazaña, su contribución a la arquitectura religiosa, su desempeño y  servicio a la Iglesia.
Tan es así, que hubo un famoso escritor que expresó que él creía que nunca jamás se construiría ninguna otra gran catedral, porque quedaba muy poca gente dispuesta a sacrificar sus vidas de esta manera.  Creo que estaríamos de acuerdo con ese escritor.  ¿Gente dispuesta a pasar desapercibidas, sin esperar reconocimientos, medallas, pago, alabanza?  Uff.  Difícil.
No sé cuántos de ustedes pueden cerrar sus ojos y escuchar a DIOS decirles muy suavemente, susurrando: “Yo si te veo.” {Repítalo conmigo: “Yo / si / te / veo.”   Ahora dígaselo a usted mismo: “¡DIOS- si- me- ve!”}
Dios te dice: “Yo te veo cuando te levantas de madrugada porque uno de tus hijos tose, estornuda; o cuando alguien de la familia se levanta para ir a la cocina o al baño; o cuando alguien llama para pedir un favor a las 3 de la madrugada (cuando la cama está más calientita y cómoda.)”  “Yo te veo cuando preparas los alimentos para alguien de la familia que necesita salir temprano.”  “Yo te veo cuando lavas la ropa de los miembros de tu familia.”  “Yo te veo cuando sales a trabajar tempranito para traer el pan a la casa.”  “Yo te veo cuando te esfuerzas por entender la asignación de la escuela para ayudar a tus hijos.”  “Yo te veo cuando recoges tu ropa para que mamá no tenga que hacerlo todo.”  “Yo te veo, Yo te veo, Yo te veo.”  “Te aseguro, Yo te veo.” 
Dios te dice: “Tú no eres invisible para Mí.”  “Tú no eres anónimo para Mí.”  “Tú no eres desconocida(o) para Mí.”  La Escritura dice que DIOS nos ama tanto que extendió Su misericordia para alcanzarnos con Su gracia y decirnos: “Aunque los demás no te vean, Yo si te veo.” 
Dios te dice: “ningún sacrificio es tan pequeño como para que yo no pueda verlo.”  “Veo cada plato que lavas, cada comida que preparas, cada esfuerzo que haces por el bien de la familia.”  “Y me sonrío con cada uno de esos pequeños y grandes sacrificios.” 
“Veo cada lágrima que derramas cuando las cosas no salen como deseabas.”  “Veo tu decepción y frustración.  Pero recuerda: ESTÁS CONSTRUYENDO UNA GRAN CATEDRAL.”  Una gran catedral que no verás finalizada, que no se terminará durante tu vida en la tierra. 
Esto puede resultar triste para nosotros(as), pero si construimos bien esa Gran Catedral, DIOS dirá: “Yo si la veré.”
Por lo tanto, ¡Familia!, aunque nadie nos vea, aunque nadie nos reconozca, aunque seamos invisibles y anónimos para mucha gente, no olvidemos QUIÉN nos ha llamado a construir grandes familias; familias con las cuales Dios ha hecho el Pacto de la Promesa.  ¡Se trata de Dios!
Muy amados(as) míos: no es una enfermedad, ni una maldición, construir anónimamente la Gran Catedral que se llama FAMILIA, sino, por el contrario, es la cura para la terrible enfermedad que afecta a tantas personas en el día de hoy y que se llama: egocentrismo (“yoísmo”: el yo, yo, yo.  Hambre por el reconocimiento, el protagonismo, etc.) 
El ser invisibles, anónimos, desconocidos, es un antídoto para el orgullo enfermizo que nos consume y que impide que le demos la gloria, el honor y la alabanza a Dios, quien la merece.  ¿Amén? 
Por eso, está bien que seamos invisibles, que seamos anónimos, desconocidos.  A fin de cuentas, solo nos debe interesar agradar a Dios. 
Y si los miembros de la familia no nos reconocen, no nos celebran, no nos aplauden, no nos toman fotos para colgar en las paredes, no nos alaban, ni le dicen a sus amistades lo “bueno” que somos; ESO ESTÁ BIEN, PORQUE NO TRABAJAMOS PARA ELLOS, SINO PARA EL DIOS DEL PACTO Y LA PROMESA.  Nos sacrificamos por ÉL y para ÉL.  ¿Habrá algún Amén en la Casa de Papá? ¡Amén!  ¡Aleluya y Amén!

No nos preocupemos si somos invisibles para nuestras familias, ocupémonos de que todo lo que hagamos, pensemos o digamos, lo hagamos para el Señor de nuestras vidas.  Trabajamos para ÉL.  Porque se trata de Dios, no de nosotros(as) mismos(as).  Fue Dios quien inició el Pacto, el tren, la cadena, el compromiso, el entendimiento, el ofrecimiento de La Promesa.  Nosotros(as) somos receptores de esa bendición.  ¿Amén?  Oremos para que nuestro ejemplo ayude a otros y otras a querer construir grandes catedrales para DIOS.  Así alcanzarán ellos también la Promesa de Dios.  ¿Amén? ¡Amén! 

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