Mientras era Pastor en Arecibo (mi primer nombramiento en Puerto Rico) tuve muchas experiencias enriquecedoras. Recuerdo que los jóvenes eran muy activos y unidos. Luego de sus reuniones de los viernes, se quedaba un grupo mas reducido cantando, haciendo chistes y comiendo pizza.
Resulta que el templo de la Iglesia Metodista “Juan Wesley”, diseñado por un arquitecto norteamericano muy conocido y quien diseñó cerca de cinco templos en Puerto Rico, tenía lo que se le llama “cinco aguas”. Es decir, el techo tenia cinco pendientes independientes, aunque todo formaba el techo del templo. La pendiente mas cerca de la entrada principal del templo estaba bastante cerca de las rejas que se habían colocado para darle seguridad al templo.
Estas rejas servían como escaleras para subir al techo. Era un lugar especial. Desde allí se observaba la carretera de Arecibo a Lares, cruzando la autopista que va de Hatillo hasta San Juan. Se veían las montañas, algunas casas, y se estaba cerquita del Cielo. Era un buen “escondite” para la juventud de la Iglesia.
Mis jóvenes eran muy creativos, talentosos y amigables. Su misión era conquistar al mundo para Cristo a través del arte, la música, la amistad, etc. Eran muy queridos y dispuestos a colaborar con la Iglesia. Eran líderes que demostraban su compromiso con la Iglesia de muchas maneras. Participaban de campamentos de jóvenes y, luego, servían como líderes para los campamentos de los mas jovencitos.
Los padres de estos jóvenes eran muy protectores y cuidaban a sus hijos de todas maneras posibles. Cuando se hacía “tarde” en la noche, me llamaban para saber dónde estaban sus hijos. Muchas veces, se encontraban en el techo con sus guitarras cantando o comiendo algo y “chistando” (haciendo chistes).
El templo de la Iglesia quedaba como en una esquina donde solo había un vecino próximo. Sus voces, a veces, llegaban a los oídos de estos vecinos y me llamaban o “daban las quejas” a algún miembro de la Iglesia. Las quejas llegaban filtradas por algunos adultos mayores que no aprobaban la conducta de los jóvenes. La situación escaló a niveles de amenazas al Pastor que apoyaba a los jóvenes.
Algunos de estos jóvenes eran hijos de esos adultos mayores y la incapacidad de relacionarse con sus hijos jóvenes les llevaron a levantar quejas a las autoridades eclesiásticas, incluyendo al Obispo directamente.
No fue fácil, ni agradable confrontar esta situación. Por un lado, estaban las quejas y por el otro, estaban los jóvenes en un lugar seguro, apartados de los vicios de la noche oscura, lejos de los vicios del mundo y dedicados a la obra de la Iglesia. Que yo recuerde, de aquel grupo no hubo quejas de embarazos entre ellos, ni otras situaciones que no fueron manejables, ¿Qué era mejor, que los jóvenes hicieran un poco de ruido o que estuviesen en barras y antros?
Fue una confrontación que, atada a otras situaciones, me llevaron a pasar muchas y largas noches de llanto y dolor, además de malestares en las relaciones con algunos miembros de la Iglesia. Di la batalla en favor de los jóvenes y no me arrepiento pues luego vi crecer y madurar a estos jóvenes y convertirse en líderes, maestros, adoradores, pastores, parejas en matrimonios, estudiosos y colaboradores de la Obra de Dios en la Tierra. A Dios sea la gloria.
Todavía guardo amistad con algunos de aquellos jóvenes. Amistad que atesoro y guardo cercano a mi corazón. Hoy son líderes en sus áreas y personas de bien en la sociedad.
Un poco de ruido sirvió para adelantar la causa de Dios. Yo también fui joven y toqué mi guitarra con mis amigos y en la Iglesia. Espero el día cuando delante de la presencia de Dios, aunque sea un poco desafinado, pueda volver a tocar mi guitarra para adorar a Dios. Entonces no habrá viejos ni jóvenes sino solo adoradores redimidos.
Fue por Su gracia.
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