En el colegio era
muy inquieto, desordenado. Siempre
terminaba en la oficina de la Madre Superiora (“Sister Olga”), castigado,
arrodillado, mirando hacia la pared.
Nadie veía posibilidades de progreso académico para mí. Ni yo mismo, claro. Quizás era una manera inconsciente de
expresar mi necesidad interior, mi “vacío existencial.”
Mis padres se
habían divorciado siendo yo muy pequeño y junto a mis tres hermanos y una
hermana, habíamos quedado al cuidado de nuestro papá. Aunque no recuerdo muy bien, (mi memoria me
juega trampas), creo que era mi papá quién me preparaba el desayuno, quien me
arropaba de noche y quién me daba las medicinas. Era mi papá quién me compraba la ropa de la
escuela; tareas propias, en nuestra cultura, de una madre. Solo recuerdo que mi mamá se había quedado en
el balcón de la casa en Santurce cuando nos mudamos para Hato Rey.
Creo que fui un
niño muy sensible y sentimental (me hacía falta mi mamá, pensaba yo.)
Yo fui muy
religioso desde pequeño. Leía las
aventuras, no de los superhéroes, sino de los “santos” de la Iglesia. Yo soñaba con ser sacerdote algún día, pero,
cuando llegó la edad de solicitar, las monjas no quisieron firmarme el referido
para ir al seminario católico en Aibonito, Puerto Rico. Dos veces solicité, dos veces me dijeron que
no tenía la conducta adecuada para ir al seminario y ser sacerdote. Y tenían razón. Mis frustraciones las canalizaba portándome
mal en la escuela. Pero, fue doloroso;
la que yo creía que era mi misión (mi “propósito,” “vocación,” o “punto
óptimo”) en la vida, quedó detenida.
Mi historia se
parece a la de muchos frustrados: alcohol, drogas, delincuencia, rebeldía. Pero, Dios siempre anda buscando maneras de
alcanzarnos con su gracia. Dios siempre
anda buscando la manera de cuidarnos.
Dios siempre anda buscando la manera de alcanzarnos con su amor. Tan es así, que el último año de escuela
superior tuve como consejera a una monjita[2]
que me aconsejó bien. Se interesó por
mí. Me envió a un seminario de liderato
para estudiantes católicos. Ella vio
algo en mí que nadie más podía ver, ni yo mismo. De esta manera pude graduarme de la Escuela
Superior. Aunque fracasé en el examen de
ingreso “College Board,”[3]
logré ingresar a un “Junior College.”[4] Aquí mi condición empeoró; conocí a otros
frustrados y por poco me alcoholizo.
Dejé definitivamente la Iglesia, me alejé de Dios y me dediqué a
sentirse mal.
Gracias a Dios (¡de
nuevo!),[5]
el segundo semestre tomé clases con una profesora de español y quedé
perdidamente enamorado de ella (aunque ella nunca se enteró). Aquella profesora me hizo ver la necesidad de
educarse bien para defender la cultura puertorriqueña y yo respondí bien; me
puse a estudiar, me esforcé y obtuve buenas notas.
Comencé a
preocuparme por mi inteligencia y comencé a aprender a aprender. Me interesé en la Educación de la Niñez
(“Pedagogía”) y me dediqué a estudiar y aprender cómo ser un buen
educador. Me trasladé a la Universidad
de Puerto Rico (Río Piedras), obtuve grandes logros académicos y, al fin, logré
encontrar mi punto óptimo: ser educador.
En la Universidad,
me involucré en la política, ocupé varias posiciones de liderato en los grupos
políticos de izquierda y en los movimientos estudiantiles. Fui el primer estudiante electo al Senado
Académico por la Facultad de Pedagogía de la UPR/RP, aunque nunca pude ejercer,
pues me gradué antes de la primera reunión.
Finalmente, y para sorpresa de muchos que me conocían, me gradué de
Bachillerato en Artes (Educación Elemental) con "Altos Honores" (“Magna Cum Laude”) de la Universidad de
Puerto Rico.
Luego, me casé y,
por mi historial político (o más bien, por la persecución política), se me
cerraron las posibilidades de trabajar como maestro en el sistema público de
educación en Puerto Rico. Por tal razón,
tuve que emigrar a los Estados Unidos de Norteamérica para encontrar trabajo
como maestro.
Fue en la “ciudad
de los vientos”, Chicago, Illinois, donde encontré esta oportunidad. Allí fui maestro bilingüe en un segundo grado
de primaria de una escuela elemental llamada “Frederick Chopin” al oeste de la
ciudad, en medio de las comunidades latinas, afro-americanas y polacas. Estuve solo un año trabajando allí. Fue una experiencia hermosa. De regreso a
Puerto Rico, encontré que me habían aceptado al Programa Graduado en Educación de
la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras.
Decidí comenzar mis estudios graduados en Educación mientras trabajaba
como maestro en una escuela experimental.[6] Fue otra experiencia enriquecedora y
excitante. Aprendí métodos alternativos
de aprendizaje colaborativo, creativos y muy afectivos. Conocí maestras comprometidas con el
aprendizaje y el desarrollo y altamente dedicadas a ofrecer apoyo a los niños y
niñas y a los padres y madres. Fue una
experiencia formativa. Doy gracias a
Dios.
Finalmente,
completé los requisitos de la Maestría en Educación (concentración en Historia
y Educación Secundaria) y me gradué de la UPR/RP con una Maestría en Artes
(Educación).
Al mes de
graduarme, nació mi primer hijo, Juan Urayoán.
Cuando él tenía solo un mes de nacido, nos trasladamos a la Universidad
de Harvard, en Cambridge, Massachusetts, a continuar estudios graduados en
Educación. Allí estuve realizando la
residencia por dos años y terminé los requisitos para una Maestría en Educación
(Ed. M.) y los cursos para el Doctorado
en Educación (Ed. D.). Entonces, regresé a Puerto Rico.
Mi vida personal no
reflejaba mis éxitos académicos. Al
regresar a Puerto Rico, aunque conseguí trabajo como Profesor en Educación en
la UPR, Recinto de Arecibo, mi matrimonio fracasó. La separación de mi hijito de tres años
sería el sufrimiento más grande que había experimentado. La fama, el prestigio, la posición, el
status, nada podía apagar el sentimiento de separación de mi hijo. Esta era mi angustia, mi aflicción y nada
podía hacer, pensaba yo.
Ésta era la
condición en que me encontraba: "por fuera," todo parecía
exitoso. Pero, "por dentro,"
estaba vacío, sin esperanza, solo; pensaba yo.
Como he dicho
varias veces, porque lo he vivido muchas más, Dios siempre anda buscando
maneras de alcanzarnos con su amor, con su gracia. El segundo semestre de mi primer año
enseñando en Arecibo, tuve como alumna a la Presidenta de los Jóvenes de la
Iglesia Metodista “La Roca” en Camuy.
Esta estudiante me hablaba de Cristo y de los milagros que Dios hacía. Yo me burlaba de ella, diciéndole que eso eran
pamplinas, inventos de los hombres para dominar a los demás hombres; que Dios
no existía y que la religión era un "duérmete nene" para no luchar
por la revolución.
Un día, le pregunté
a la estudiante: “¿Dónde está tu Dios para ir a verlo?”, pensando que así le
rompería todos los argumentos; pero la estudiante me contestó: “Dígame
Profesor, ¿Dónde está el viento para ir a verlo? Dios es como el viento, no se ve, pero se
siente.” La jovencita de un pueblito
de "la isla" había sorprendido al catedrático graduado de Harvard con
una verdad superior. Aquel catedrático
necesitaba aceptar su condición de pecado y despertar a la realidad de que se
encontraba perdido y sin esperanza. No
lo entendí inmediatamente, pero aquella respuesta había impactado mi
entendimiento. Recordé la que yo había
creído que era mi vocación o misión desde pequeño: recordé que yo había querido
ser sacerdote. Recordé que yo había
creído en Dios en algún momento de mi vida.
Así Dios, a través de aquella estudiante, llamó mi atención. ¡Qué perdido estaba! Estaba completamente distraído de lo que es
realmente esencial.
Aquella estudiante
me invitó a leer las Sagradas Escrituras y, así, compré mi primera Biblia. Lo cierto es que sólo leí hasta Génesis 5:27,
donde dice que Matusalén murió a los 969 años.
Me sentí engañado. ¡No podía
creerlo! ¡969 años! Pensé en la
"comía de celebro" que le habían dado a aquella pobre
muchachita. Al increparle sobre esta
información inverosímil, la joven se rascó la cabeza y me instruyó a que leyera
sobre la vida de Jesús en el Nuevo Testamento.
También me invitó a visitar a su hermana y su cuñado, los cuales eran
maestros de escuela bíblica en su iglesia y “podrán
contestar todas sus preguntas.”
Fue así mi primera visita al
pueblo de Camuy, en la costa norte de la isla de Puerto Rico. Todavía recuerdo
vívidamente mi arribo a aquel hogar en Camuy.
Lo único que yo sabía de Camuy era en referencia al famoso “Grito de
Lares” del 1868.[7] Pero aquella tarde, aquella visita, cambiaría
para siempre mi existir sobre esta hermosa tierra. Cuando llegué a la casa, salió a recibirme
una joven maestra de pelo canoso y escasa estatura. Lo que le faltaba en estatura, lo tenía en el
corazón. Al instante, salió a recibirme
el esposo de la maestra. Un hombre alto
(“altísimo,” al lado de su esposa), fornido, de piel canela. Sus palabras todavía hacen eco en mis oídos: “Bienvenido, profesor. Dios le bendiga.” Sus nombres son: María
del Socorro Chico, “Coqui” y Luis Arcadio González Román, “Junior.”[8]
Allí conocí a esta pareja que
Dios usaría para traerme a sus pies.
Allí conocí a un hombre boricua, de origen afro-caribeño, con décimo
grado de escuela primaria, sin preparación académica superior, sin preparación de
seminario, ni estudios teológicos formales.
Allí conoció a su esposa, maestra del nivel secundario y quien era la
hermana mayor de la estudiante que me había hablado de Cristo en la
universidad. Aquella pareja me demostró
lo que volúmenes de libros jamás podrán demostrar: el amor de Dios, su gracia,
para un pecador con posibilidades de arrepentimiento. Aquel hombre y su esposa recibieron “al
catedrático” en su hogar y me hablaron de los rudimentos de la fe cristiana con
tanto amor, que jamás he podido olvidar aquel encuentro orquestado en el Cielo.
Aquella tarde
conversamos de muchas cosas. Las
preguntas que yo había preparado por escrito (como todo un profesor), fueron
innecesarias. El amor mostrado por esta
pareja hacia aquel catedrático, confeso ateo, fueron mayor que todas las palabras
pronunciadas y todas las preguntas que yo pudiera formular. Luego, aprendería que lo que no puede hacer
el amor, no lo puede hacer nadie, ni nada.
Por eso, continúo caminando con el Dios de amor.
Aquel hombre, al cual llamaban
sencillamente, “Junior,” sin títulos, ni apellidos, era un excelente predicador
internacional cristiano y un reconocido evangelista local e internacional. Este hombre colaboraba con el Ministerio
“CRISTO VIENE” (de Yiye Ávila) con sede en Camuy. Allí trabajó por 17 años. Luego, fue pastor metodista en Milwaukee, WI
por 10 años. Dios lo había rescatado de
la adicción a drogas y lo había transformado en un nuevo hombre.
Su esposa, hoy Pastora María
del Socorro “Coqui” Chico, además de ser una excelente maestra, también era una
extraordinaria predicadora, maestra de Escuela Bíblica, cantante (solista y
corista), directora de la agrupación musical de jóvenes[9] y
sierva comprometida con Dios. Era líder
en la Iglesia Metodista “La Roca” en Camuy.
Algún tiempo después de mi primera
visita a Camuy, aquel “catedrático ateo” fue invitado por primera vez a una
iglesia protestante, La Iglesia Metodista “La Roca” en Camuy. Era un Viernes Santo y predicaba un Pastor
Metodista, erudito, el Rdo. Bienvenido
Guisao. Aquella extensa mañana de
Viernes Santo el Reverendo Guisao predicó utilizando la imagen del filósofo
Ortega y Gasset, “el hombre de la calle y el hombre del balcón.” El catedrático salió impresionado. Aquella había sido una disertación académica,
filosófica, existencial. Me sentía
retado, interpelado, por aquel sermón, que bien podría haberse considerado
además como una pieza de oratoria académica.
Eventualmente, mi relación con
“Junior” se profundizó y sentí gran alegría y sorpresa cuando él me regaló un
“cassette” con música cristiana. Era la
voz de un tenor cristiano, Manuel Román, cantando himnos tradicionales de la fe
cristiana. Lo conservé por mucho tiempo
y llegué a cantar algunos de ellos con el Coro de la Iglesia Metodista “La
Roca.”
Dios siempre anda buscando
maneras de bendecirnos y atraer nuestra atención, como he repetido tantas
veces. Es lo que Juan Wesley llamaba “La
gracia Anticipante” de Dios. Resulta que
mientras me relacionaba con estos amigos en Camuy, mi tía Luz Selenia, hermana
de mi papá, me regaló una Biblia “protestante,” es decir, versión Reina-Valera,
1960. Y así, comencé seriamente a poner
atención a “las cosas de Dios.” Dios
estaba creando las condiciones para el nuevo nacimiento de un nuevo
hombre. Dios estaba actuando a mi favor.
Siempre
deseé ser ministro, sacerdote de Dios, desde pequeño. Nunca supe cómo lo iba a lograr. Cuando conocí acerca del Cristo Vivo, ya como
profesor en la Universidad, se avivó aquella “vocación” o “misión” y me
interesé en conocer más. Me di cuenta
que necesitaba a Dios. No entendí esto
inmediatamente, pero entendí que Dios me había estado buscando y yo había
estado huyendo de Dios. Entendí esto
cuando fui a Cambridge para terminar mi tesis doctoral. Allí tuve otra experiencia con el amor y la
gracia de Dios.
Al
otro día de llegar a Boston, el Pastor que me recibió en su casa, me invitó a
una campaña evangelística y fuimos todos los días de esa semana. El último día de campaña fue el domingo 29 de
septiembre del 1982. Allí se predicó
sobre el significado de la sangre derramada por Jesús en el Calvario. Jesús, el Hijo de Dios, Dios encarnado, hecho
ser humano, murió por nosotros(as) pecadores para que tengamos vida
abundante.
Aquel
catedrático escuchó el llamado de Dios y sintió en su corazón que Dios le
aceptaba como estaba, que aunque no merecía nada, Dios le perdonaba y le
comisionaba para predicar el Evangelio del arrepentimiento y perdón de pecados
a todo el mundo. Sentí ese llamado en lo
profundo de mi ser. No entendí
nada. Pero, aquel domingo me puse de pie
y acepté la invitación que Dios me hacía desde la cruz.
Una
nueva relación comenzó allí. Nací de
nuevo. Eché a un lado mi tesis doctoral
y comencé a estudiar sobre “el Pan de Vida,” Cristo, La Palabra de Dios. Comencé a visitar iglesias, a asistir a
servicios de oración y a estudios bíblicos.
Fue el proceso que Dios usó conmigo.
Dios sabía cómo yo necesitaba aprender.
ÉL conocía el proceso y mi estilo de aprendizaje, pues ÉL me conocía
desde que yo estaba en el vientre de mi madre.
Dios sabía que mi mente estaba repleta de ideas contrarias al
Cristianismo y que yo no sabía nada de “espiritualidad cristiana.” Dios tendría que enseñarme como a un
niño. Por eso necesitaba que yo naciera
de nuevo. Dios quería que aprendiese a
aprender, para que, eventualmente, aprendiese a animar a los demás.
Dios
me había llevado a Boston con un propósito divino. Yo creía que iba a terminar mi tesis
doctoral, pero Dios sabía mejor que yo que de nada valía el grado académico si
no iba acompañado con el ingrediente principal, el propósito de Dios para mi
vida, el punto óptimo de mi existencia: aprender a animar y apoyar a los
demás. Dios me llevó a Boston para
demostrarme su amor por mí, para demostrarme su gracia.
¿Cuán
importante era Boston para mí? Yo, “un
jibarito puertorriqueño,” terrible estudiante, había llegado a Harvard, la
mejor universidad del mundo, ubicada en el área metropolitana de Boston. Dios me llevó de regreso allí, como si me
llevara de regreso al útero de mi madre, para que yo naciera de nuevo. Dios hace entradas y salidas majestuosas con
algunas personas que hemos sufrido desgarramientos y heridas profundas en
nuestros corazones. A veces lo hace
porque sabe anticipadamente que sufriremos tales quebrantos y nos prepara para
ello. Sin embargo, con otras personas
actúa de manera muy diferente. Solo cada
uno(a) de nosotros(as) tendremos que decidir si aceptamos el equipaje, el
bagaje, la gracia o si lo dejamos y decidimos no creerle a Dios. Nadie puede decidir por nosotros(as).
A
los tres meses de haberme entregado al cuidado y la gracia de Dios, regresé a
Puerto Rico. Durante todo el tiempo que
había pasado “considerando,” o “experimentando” a Dios, mantuve una relación
amorosa con la joven que me había presentado a Jesucristo. Fue una relación distinta. Fue una relación de gran intensidad y mucho
amor. Muy pocas personas sabían que
existía esta relación. Muchas personas
no aprobaban que una joven de “la iglesia” tuviese relación con un hombre
divorciado y profesor de la universidad.
No era “aconsejable.” Muchas
personas trataron de persuadir a la joven que desistiese de tal relación, pero
nosotros nos amábamos profundamente.
Además
de haberme presentado a Cristo, ella me había presentado a su hermana y cuñado
y, a través de ellos, había conocido al pastor panameño que me recibió en
Boston, Rdo. Eduardo Maynard. A través de ella, además, había asistido a mi
primer culto de Viernes Santo en una iglesia “protestante.” No les voy a repetir la historia. Ella, de nombre, Anamaris Chico, era una
joven muy inteligente y encantadora. Con
ella mantuve una relación entrañable que se extendió mientras yo estaba en “mi
búsqueda” y ella estaba en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras
realizando sus estudios universitarios.
Cuando yo regresé de Boston, le ofrecí matrimonio y, eventualmente, pedí
su mano formalmente. Luego de haberle
conocido por tres años, decidimos casarnos.
Anamaris
fue de gran ayuda para rehacer mi vida.
Ella conocía al Señor pues se había criado en la Iglesia Metodista “La
Roca.” De hecho, había sido presidenta de la Sociedad de Jóvenes. Allí su mamá y su hermana mayor también eran
líderes. Además, su entrega al servicio
cristiano le había llevado a colaborar conmigo en la investigación de mi tesis
doctoral y la redacción del informe final.
De esa manera, Anamaris se convirtió en mi asistente administrativa y mi
colaboradora más fiel. Así ha sido
siempre, hasta el día que escribo estas líneas.
Luego
de finalizar mi disertación doctoral, al reincorporarme a la cátedra, Anamaris
y yo nos mudamos a Camuy. Allí me
integré a la Iglesia Metodista “La Roca.”
Allí estuve dos años estudiando La Biblia y practicando los rudimentos y
las disciplinas espirituales de la fe cristiana. Allí recibí la enseñanza más profunda y de
consecuencias eternas que jamás recibiría en ninguna universidad. Allí conocí la gracia de Dios que busca,
perdona y santifica al ser humano. Allí
colaboré con la Iglesia como laico destacado en la enseñanza y la
predicación. Allí recibí mi llamamiento
para el pastorado. Fueron muchas las
ocasiones que salí a predicar a iglesias, campamentos y retiros por todo Puerto
Rico, Colombia y la República Dominicana.
Finalmente,
y luego de haber enseñado en la Universidad de Puerto Rico en Arecibo por 12
años, de haber ocupado posiciones importantes en la Administración de Colegios
Regionales de la UPR y de haber completado todos los requisitos y haberme
graduado de Doctor en Educación de la Universidad de Harvard, renuncié a mi
cátedra universitaria y me fui con mis “padres espirituales” y mentores,
“Junior” y “Coqui,” a levantar una Iglesia Metodista para los latinos/hispanos
en Milwaukee, Wisconsin. Así me tocó
dejarlo todo por seguir a Cristo. Y doy
gracias a Dios. Para ese entonces,
además de mi hijo mayor, Juan Urayoán, tenía una nueva familia con dos niñas,
Ana Yarí y Yariana.
En
1989 me trasladé a los Estados Unidos y ayudé a levantar una iglesia metodista
hispana en Milwaukee, otra en Waukesha y un Hogar de Misericordia para adictos
en rehabilitación y restauración en Milwaukee.[10] Mientras colaboraba en el desarrollo de la
Iglesia Metodista Unida-Hispana en el sur de Milwaukee, conseguí una posición
como Profesor de Educación en un Colegio de Artes Liberales privado, el Carroll
College,[11]
en una ciudad contigua a Milwaukee, llamada Waukesha. Allí me trasladé con mi familia y, junto a Anamaris,
colaboramos en el desarrollo de otra Iglesia Metodista Unida-Hispana, en
Waukesha, WI.
Esta
iglesia era pastoreada por el Rdo. Ángel
“Gary” Garay y su esposa, hoy Rda.
Amparito Garay. Ellos tenían tres
hijos jóvenes y estaban levantando una congregación en esta ciudad. El Rdo.
Garay era un excelente cantante, con gran experiencia en la música
secular y la música cristiana. Además,
con una serie de destrezas manuales y artesanales, que le colocaban en una
posición maravillosa de ayudar a mucha gente.
Su experiencia y testimonio también le colocaban en una posición
extraordinaria para atraer a muchas personas a los Pies de Cristo. Su predicación y enseñanza le habían
permitido obtener un cúmulo de experiencias impresionantes para el ministerio
cristiano. Su esposa, la Rda. Amparito Garay, también contaba con una serie
de experiencias extraordinarias que le convertían en una vigorosa predicadora e
intercesora incansable.
Ambos
fueron también destacados y muy importantes en la transformación de mi
vida. Uno de los ejemplos más
impresionantes que dejaron grabados en mi corazón fue que luego de estar
ubicados y plácidamente estar pastoreando la congregación metodista unida
hispana en Waukesha y de lograr adquirir un templo hermoso con excelentes
facilidades y comprar una casa propia en las cercanías de la iglesia, ellos
decidieron dejar todo eso para ir de misioneros a Honduras, en Centro
América. Las diferencias en condiciones
entre ambos lugares eran notables, sin embargo, ellos respondieron al llamado
de Dios. Hoy (2008) se cuentan sobre 10
las congregaciones que ellos ayudaron a fundar allí. Por ésta y por muchas otras razones, yo puedo
afirmar que ellos son también mis “padres espirituales” y mentores, junto a
“Junior y Coqui.”
Gracias
a las experiencias que tuve en Camuy, en Milwaukee y en Waukesha, finalmente,
Dios me llevó a solicitar y ser aceptado en el Seminario Teológico Metodista
“Garrett-Evangelical” en Evanston, IL (muy cerca de Chicago.) En este Seminario, estudié mi Maestría en
Divinidad, trabajé como Director de Ministerios Hispanos y, cuando terminé la
Maestría, trabajé como Profesor de Educación Cristiana. Para este tiempo, fui nombrado Pastor de una
Iglesia Metodista Unida Hispana “Kedzie Avenue” en el barrio latino de
Chicago. Allí me mudé con mi familia,
que ya había aumentado con la llegada de mi tercera hija: Mariana. Allí tuve mi primera experiencia como Pastor
de una congregación o iglesia local.
Al
finalizar mi primer año como pastor en esta congregación, fui convocado por el
Obispo de la Iglesia Metodista de Puerto Rico (Rdo. Dr.
Víctor L. Bonilla-Bayón) a
regresar a la Isla. En 1993, en Ponce,
en la Iglesia Metodista de Puerto Rico “La Resurrección,” recibí mi primera
ordenación. Allí fui ordenado Diácono de
la Iglesia Metodista de Puerto Rico.
A
comienzos del año 1994, el Obispo me nombró como Pastor de una congregación en
Arecibo, la Iglesia Metodista de Puerto Rico “Juan Wesley.” El santuario de esta congregación se ubica a
pocos pasos de la Universidad en donde había trabajado por 12 años, en donde
había conocido a la estudiante que me presentó a Cristo, con la cual me casaría
eventualmente y en donde había servido como consejero de la Confraternidad de
Jóvenes Cristianos, entre otras muchas funciones.
También ese año, comenzamos a desarrollar la Escuela Teológica
Pastoral de la Iglesia Metodista de Puerto Rico (para pastores y pastoras
locales), ofrecida en el Seminario Evangélico de Puerto Rico en Río
Piedras. Esta Escuela se ofreció y fue
dirigida por mí por espacio de 10
años.
En
el 1995, en Arroyo, fui, finalmente, ordenado Presbítero de la Iglesia
Metodista de Puerto Rico. Mi sueño (punto óptimo, propósito, misión, o vocación) de ser
ministro de Dios, por fin, se vio realizado a mis 45 años de edad.
Serví
como pastor de la “Juan Wesley” hasta mediados de 1999 y, luego serví un año en el Seminario Evangélico de Puerto Rico y,
posteriormente, fui nombrado pastor de la Iglesia Metodista de Puerto Rico
"Obispo Fred P. Corson", en San
Antonio, Ponce. Allí serví por 8 años.
Luego fui invitado a dirigir los programas hispanos de la Iglesia Metodista en
Florida. Allí estuve tres años supervisando
40 iglesias hispanas. Finalmente, regresé a Puerto Rico para servir como Pastor
en Villa Fontana, Carolina. Alli me jubilé en diciembre de 2013.
Confieso que he
nacido de nuevo. Soy testigo del Poder
de Dios. Soy testigo de la gracia de
Dios. He conocido su amor. Testifico que Dios nunca me ha
abandonado. En medio de las tormentas,
Dios ha sido fiel: ha estado conmigo en todo momento. Dios ha sido mi sustento. Mi corazón está dispuesto para Dios. Dios me ha usado para su misión y estoy
agradecido.
Gracias a estas
experiencias, y muchas más, Dios ha ido desarrollando en mí un corazón ardiente
dispuesto para alentar, motivar, animar, entusiasmar, exhortar, apoyar
acompañar y consolar a otros y otras.
Amar como he sido amado; perdonar como he sido perdonado; bendecir como
he sido bendecido; consolar como he sido consolado; alentar como he sido
alentado; en fin, “dar por gracia lo que por gracia he recibido” (par.
Mateo 10:8.) Este breve testimonio
trata acerca de lo que Dios ha hecho en mí y lo que puede hacer en ti, si tú se
lo permites.
Estoy convencido
que nací
para aprender y que el aprendizaje es y será un proceso que me acompañará
mientras dure mi viaje por esta vida.
Por eso, deseo seguir aprendiendo para aprender a ser el suave aroma de
Cristo para los demás.
(2014)
[1]
Colegio Nuestra Señora de La Merced, Urb.
Roosevelt, San Juan, Puerto Rico.
[2]
Sister Claire (monjita de la Orden de “Our Lady of
Mercy”) cuyo nombre laico era: Margaret O’Brien.
[3] “College Entrance Examination Board.” Examen administrado a
todos(as) los estudiantes que desean ingresar a las universidades del país.
[4] Colegios universitarios privados que ofrecían grados
universitarios de dos y cuatro años. Por
su carácter privado, se asumía que su rigurosidad era menor que la de “las
Universidades.”
[5]
Aunque no todo el mundo lo cree, yo creo que Dios envía ángeles en misiones
especiales y que su gracia, como dice Juan Wesley, es “Anticipante.” La gracia de Dios busca maneras de
mostrarnos, a través de personas que son enviadas por Dios, el camino correcto.
[6]
“Escuela de Desarrollo Creativo,” Cupey Alto, Río
Piedras. Esta era una escuela “sin
grados y sin notas.” Era una escuela de
avanzada, que se interesaba por el aprendizaje de los niños y niñas. Fue una experiencia inolvidable y
transformadora para mi. Su directora fue
la Prof. Rita Rodríguez.
[7] El Grito de Lares fue un levantamiento militar de hacendados y
vecinos de este pueblo en el centro de la Isla contra el gobierno colonial de
España en Puerto Rico. En Camuy existía
un grupo de insurgentes que planificaba participar de la revuelta. En medio de una conversación secreta, alguien
escuchó de los planes y tuvieron que adelantar la fecha. Algunos estudiosos sugieren que esta fue una
de las razones para el fracaso del Grito de Lares. El levantamiento surgió y se declaró la
Independencia de Puerto Rico, pero solo duró 12 horas en ser contrarrestado por
la Guardia Civil Española.
[8]
El impresionante testimonio de “Junior” lo incluyo como un apéndice de este
libro pues él fue mi “padre espiritual,” mi mentor y mi mejor amigo. Él falleció en el 1998 a los 49 años de edad.
[9]
Esta agrupación musical de jóvenes de la Iglesia Metodista “La Roca” llamada
“Seguidores Por Fe” fue dirigida por Coqui Chico por espacio de 28 años.
[10] Nunca pensé
que, diez años después de ayudar a organizar la Casa de Misericordia, y dos
años después de la muerte de “Junior,” mi propio hijo mayor fuera a necesitar
los servicios de aquel Hogar. La Pastora
para aquel momento era “Coqui” Chico.
[11]
Este era el colegio de Artes Liberales (con programas de bachillerato) más
antiguo del estado de Wisconsin. Ellos
me ofrecieron una posición en la Facultad de Educación para que les ayudara a
desarrollar su primer programa graduado, una Maestría en Educación. Por cinco años habían intentado, sin éxito,
una aprobación de la Asociación de Escuelas, Colegios y Universidad de los
Estados Centrales (“Middle States Association of Schools, Colleges and
Universities”), la agencia acreditadora de programas universitarios. En solo seis meses, gracias a Dios, el
“jibarito puertorriqueño,” desarrolló, preparó y presentó la Maestría en
Educación, con énfasis en la investigación educativa, y logró que fuera
aprobada en la primera ocasión que fue presentada. El Colegio “Carroll College” se convirtió,
luego de 143 años, en universidad con su primer programa graduado. ¡Gloria a DIOS!
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