miércoles, 20 de enero de 2021

Mi Testimonio Personal

Desde pequeño había querido ser sacerdote.  Estudié en un colegio católico-romano; con monjas norteamericanas y curas españoles.[1]  Fui monaguillo desde pequeño hasta terminar la escuela superior.  Era muy religioso, me gustaba la Iglesia, pero no me gustaba la escuela. 

En el colegio era muy inquieto, desordenado.  Siempre terminaba en la oficina de la Madre Superiora (“Sister Olga”), castigado, arrodillado, mirando hacia la pared.  Nadie veía posibilidades de progreso académico para mí.  Ni yo mismo, claro.  Quizás era una manera inconsciente de expresar mi necesidad interior, mi “vacío existencial.” 

Mis padres se habían divorciado siendo yo muy pequeño y junto a mis tres hermanos y una hermana, habíamos quedado al cuidado de nuestro papá.  Aunque no recuerdo muy bien, (mi memoria me juega trampas), creo que era mi papá quién me preparaba el desayuno, quien me arropaba de noche y quién me daba las medicinas.  Era mi papá quién me compraba la ropa de la escuela; tareas propias, en nuestra cultura, de una madre.  Solo recuerdo que mi mamá se había quedado en el balcón de la casa en Santurce cuando nos mudamos para Hato Rey. 

Creo que fui un niño muy sensible y sentimental (me hacía falta mi mamá, pensaba yo.) 

Yo fui muy religioso desde pequeño.  Leía las aventuras, no de los superhéroes, sino de los “santos” de la Iglesia.  Yo soñaba con ser sacerdote algún día, pero, cuando llegó la edad de solicitar, las monjas no quisieron firmarme el referido para ir al seminario católico en Aibonito, Puerto Rico.  Dos veces solicité, dos veces me dijeron que no tenía la conducta adecuada para ir al seminario y ser sacerdote.  Y tenían razón.  Mis frustraciones las canalizaba portándome mal en la escuela.  Pero, fue doloroso; la que yo creía que era mi misión (mi “propósito,” “vocación,” o “punto óptimo”) en la vida, quedó detenida. 

Mi historia se parece a la de muchos frustrados: alcohol, drogas, delincuencia, rebeldía.  Pero, Dios siempre anda buscando maneras de alcanzarnos con su gracia.  Dios siempre anda buscando la manera de cuidarnos.  Dios siempre anda buscando la manera de alcanzarnos con su amor.   Tan es así, que el último año de escuela superior tuve como consejera a una monjita[2] que me aconsejó bien.  Se interesó por mí.  Me envió a un seminario de liderato para estudiantes católicos.  Ella vio algo en mí que nadie más podía ver, ni yo mismo.   De esta manera pude graduarme de la Escuela Superior.  Aunque fracasé en el examen de ingreso “College Board,”[3] logré ingresar a un “Junior College.”[4]  Aquí mi condición empeoró; conocí a otros frustrados y por poco me alcoholizo.  Dejé definitivamente la Iglesia, me alejé de Dios y me dediqué a sentirse mal. 

Gracias a Dios (¡de nuevo!),[5] el segundo semestre tomé clases con una profesora de español y quedé perdidamente enamorado de ella (aunque ella nunca se enteró).  Aquella profesora me hizo ver la necesidad de educarse bien para defender la cultura puertorriqueña y yo respondí bien; me puse a estudiar, me esforcé y obtuve buenas notas.

Comencé a preocuparme por mi inteligencia y comencé a aprender a aprender.  Me interesé en la Educación de la Niñez (“Pedagogía”) y me dediqué a estudiar y aprender cómo ser un buen educador.  Me trasladé a la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras), obtuve grandes logros académicos y, al fin, logré encontrar mi punto óptimo: ser educador.

En la Universidad, me involucré en la política, ocupé varias posiciones de liderato en los grupos políticos de izquierda y en los movimientos estudiantiles.  Fui el primer estudiante electo al Senado Académico por la Facultad de Pedagogía de la UPR/RP, aunque nunca pude ejercer, pues me gradué antes de la primera reunión.  Finalmente, y para sorpresa de muchos que me conocían, me gradué de Bachillerato en Artes (Educación Elemental) con "Altos Honores" (“Magna Cum Laude”) de la Universidad de Puerto Rico. 

Luego, me casé y, por mi historial político (o más bien, por la persecución política), se me cerraron las posibilidades de trabajar como maestro en el sistema público de educación en Puerto Rico.  Por tal razón, tuve que emigrar a los Estados Unidos de Norteamérica para encontrar trabajo como maestro. 

Fue en la “ciudad de los vientos”, Chicago, Illinois, donde encontré esta oportunidad.  Allí fui maestro bilingüe en un segundo grado de primaria de una escuela elemental llamada “Frederick Chopin” al oeste de la ciudad, en medio de las comunidades latinas, afro-americanas y polacas.  Estuve solo un año trabajando allí.  Fue una experiencia hermosa. De regreso a Puerto Rico, encontré que me habían aceptado al Programa Graduado en Educación de la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras.  Decidí comenzar mis estudios graduados en Educación mientras trabajaba como maestro en una escuela experimental.[6]   Fue otra experiencia enriquecedora y excitante.  Aprendí métodos alternativos de aprendizaje colaborativo, creativos y muy afectivos.  Conocí maestras comprometidas con el aprendizaje y el desarrollo y altamente dedicadas a ofrecer apoyo a los niños y niñas y a los padres y madres.  Fue una experiencia formativa.  Doy gracias a Dios.

Finalmente, completé los requisitos de la Maestría en Educación (concentración en Historia y Educación Secundaria) y me gradué de la UPR/RP con una Maestría en Artes (Educación). 

Al mes de graduarme, nació mi primer hijo, Juan Urayoán.  Cuando él tenía solo un mes de nacido, nos trasladamos a la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachusetts, a continuar estudios graduados en Educación.  Allí estuve realizando la residencia por dos años y terminé los requisitos para una Maestría en Educación (Ed.  M.) y los cursos para el Doctorado en Educación (Ed.  D.).  Entonces, regresé a Puerto Rico. 

Mi vida personal no reflejaba mis éxitos académicos.  Al regresar a Puerto Rico, aunque conseguí trabajo como Profesor en Educación en la UPR, Recinto de Arecibo, mi matrimonio fracasó.   La separación de mi hijito de tres años sería el sufrimiento más grande que había experimentado.  La fama, el prestigio, la posición, el status, nada podía apagar el sentimiento de separación de mi hijo.  Esta era mi angustia, mi aflicción y nada podía hacer, pensaba yo. 

Ésta era la condición en que me encontraba: "por fuera," todo parecía exitoso.  Pero, "por dentro," estaba vacío, sin esperanza, solo; pensaba yo. 

Como he dicho varias veces, porque lo he vivido muchas más, Dios siempre anda buscando maneras de alcanzarnos con su amor, con su gracia.  El segundo semestre de mi primer año enseñando en Arecibo, tuve como alumna a la Presidenta de los Jóvenes de la Iglesia Metodista “La Roca” en Camuy.  Esta estudiante me hablaba de Cristo y de los milagros que Dios hacía.  Yo me burlaba de ella, diciéndole que eso eran pamplinas, inventos de los hombres para dominar a los demás hombres; que Dios no existía y que la religión era un "duérmete nene" para no luchar por la revolución.

Un día, le pregunté a la estudiante: ¿Dónde está tu Dios para ir a verlo?”, pensando que así le rompería todos los argumentos; pero la estudiante me contestó: “Dígame Profesor, ¿Dónde está el viento para ir a verlo?  Dios es como el viento, no se ve, pero se siente.”  La jovencita de un pueblito de "la isla" había sorprendido al catedrático graduado de Harvard con una verdad superior.  Aquel catedrático necesitaba aceptar su condición de pecado y despertar a la realidad de que se encontraba perdido y sin esperanza.  No lo entendí inmediatamente, pero aquella respuesta había impactado mi entendimiento.  Recordé la que yo había creído que era mi vocación o misión desde pequeño: recordé que yo había querido ser sacerdote.  Recordé que yo había creído en Dios en algún momento de mi vida.  Así Dios, a través de aquella estudiante, llamó mi atención.  ¡Qué perdido estaba!  Estaba completamente distraído de lo que es realmente esencial. 

Aquella estudiante me invitó a leer las Sagradas Escrituras y, así, compré mi primera Biblia.  Lo cierto es que sólo leí hasta Génesis 5:27, donde dice que Matusalén murió a los 969 años.  Me sentí engañado.  ¡No podía creerlo! ¡969 años!  Pensé en la "comía de celebro" que le habían dado a aquella pobre muchachita.  Al increparle sobre esta información inverosímil, la joven se rascó la cabeza y me instruyó a que leyera sobre la vida de Jesús en el Nuevo Testamento.  También me invitó a visitar a su hermana y su cuñado, los cuales eran maestros de escuela bíblica en su iglesia y “podrán contestar todas sus preguntas.”

Fue así mi primera visita al pueblo de Camuy, en la costa norte de la isla de Puerto Rico.  Todavía recuerdo vívidamente mi arribo a aquel hogar en Camuy.  Lo único que yo sabía de Camuy era en referencia al famoso “Grito de Lares” del 1868.[7]  Pero aquella tarde, aquella visita, cambiaría para siempre mi existir sobre esta hermosa tierra.  Cuando llegué a la casa, salió a recibirme una joven maestra de pelo canoso y escasa estatura.  Lo que le faltaba en estatura, lo tenía en el corazón.  Al instante, salió a recibirme el esposo de la maestra.  Un hombre alto (“altísimo,” al lado de su esposa), fornido, de piel canela.  Sus palabras todavía hacen eco en mis oídos: “Bienvenido, profesor.  Dios le bendiga.” Sus nombres son: María del Socorro Chico, “Coqui” y Luis Arcadio González Román, “Junior.”[8] 

Allí conocí a esta pareja que Dios usaría para traerme a sus pies.  Allí conocí a un hombre boricua, de origen afro-caribeño, con décimo grado de escuela primaria, sin preparación académica superior, sin preparación de seminario, ni estudios teológicos formales.  Allí conoció a su esposa, maestra del nivel secundario y quien era la hermana mayor de la estudiante que me había hablado de Cristo en la universidad.  Aquella pareja me demostró lo que volúmenes de libros jamás podrán demostrar: el amor de Dios, su gracia, para un pecador con posibilidades de arrepentimiento.  Aquel hombre y su esposa recibieron “al catedrático” en su hogar y me hablaron de los rudimentos de la fe cristiana con tanto amor, que jamás he podido olvidar aquel encuentro orquestado en el Cielo.

Aquella tarde conversamos de muchas cosas.  Las preguntas que yo había preparado por escrito (como todo un profesor), fueron innecesarias.  El amor mostrado por esta pareja hacia aquel catedrático, confeso ateo, fueron mayor que todas las palabras pronunciadas y todas las preguntas que yo pudiera formular.  Luego, aprendería que lo que no puede hacer el amor, no lo puede hacer nadie, ni nada.  Por eso, continúo caminando con el Dios de amor. 

Aquel hombre, al cual llamaban sencillamente, “Junior,” sin títulos, ni apellidos, era un excelente predicador internacional cristiano y un reconocido evangelista local e internacional.  Este hombre colaboraba con el Ministerio “CRISTO VIENE” (de Yiye Ávila) con sede en Camuy.  Allí trabajó por 17 años.  Luego, fue pastor metodista en Milwaukee, WI por 10 años.  Dios lo había rescatado de la adicción a drogas y lo había transformado en un nuevo hombre. 

Su esposa, hoy Pastora María del Socorro “Coqui” Chico, además de ser una excelente maestra, también era una extraordinaria predicadora, maestra de Escuela Bíblica, cantante (solista y corista), directora de la agrupación musical de jóvenes[9] y sierva comprometida con Dios.  Era líder en la Iglesia Metodista “La Roca” en Camuy.

Algún tiempo después de mi primera visita a Camuy, aquel “catedrático ateo” fue invitado por primera vez a una iglesia protestante, La Iglesia Metodista “La Roca” en Camuy.  Era un Viernes Santo y predicaba un Pastor Metodista, erudito, el Rdo.  Bienvenido Guisao.  Aquella extensa mañana de Viernes Santo el Reverendo Guisao predicó utilizando la imagen del filósofo Ortega y Gasset, “el hombre de la calle y el hombre del balcón.”  El catedrático salió impresionado.  Aquella había sido una disertación académica, filosófica, existencial.  Me sentía retado, interpelado, por aquel sermón, que bien podría haberse considerado además como una pieza de oratoria académica. 

Eventualmente, mi relación con “Junior” se profundizó y sentí gran alegría y sorpresa cuando él me regaló un “cassette” con música cristiana.  Era la voz de un tenor cristiano, Manuel Román, cantando himnos tradicionales de la fe cristiana.  Lo conservé por mucho tiempo y llegué a cantar algunos de ellos con el Coro de la Iglesia Metodista “La Roca.”

Dios siempre anda buscando maneras de bendecirnos y atraer nuestra atención, como he repetido tantas veces.  Es lo que Juan Wesley llamaba “La gracia Anticipante” de Dios.  Resulta que mientras me relacionaba con estos amigos en Camuy, mi tía Luz Selenia, hermana de mi papá, me regaló una Biblia “protestante,” es decir, versión Reina-Valera, 1960.  Y así, comencé seriamente a poner atención a “las cosas de Dios.”  Dios estaba creando las condiciones para el nuevo nacimiento de un nuevo hombre.  Dios estaba actuando a mi favor.

Siempre deseé ser ministro, sacerdote de Dios, desde pequeño.  Nunca supe cómo lo iba a lograr.  Cuando conocí acerca del Cristo Vivo, ya como profesor en la Universidad, se avivó aquella “vocación” o “misión” y me interesé en conocer más.  Me di cuenta que necesitaba a Dios.  No entendí esto inmediatamente, pero entendí que Dios me había estado buscando y yo había estado huyendo de Dios.  Entendí esto cuando fui a Cambridge para terminar mi tesis doctoral.  Allí tuve otra experiencia con el amor y la gracia de Dios. 

Al otro día de llegar a Boston, el Pastor que me recibió en su casa, me invitó a una campaña evangelística y fuimos todos los días de esa semana.  El último día de campaña fue el domingo 29 de septiembre del 1982.  Allí se predicó sobre el significado de la sangre derramada por Jesús en el Calvario.  Jesús, el Hijo de Dios, Dios encarnado, hecho ser humano, murió por nosotros(as) pecadores para que tengamos vida abundante. 

Aquel catedrático escuchó el llamado de Dios y sintió en su corazón que Dios le aceptaba como estaba, que aunque no merecía nada, Dios le perdonaba y le comisionaba para predicar el Evangelio del arrepentimiento y perdón de pecados a todo el mundo.  Sentí ese llamado en lo profundo de mi ser.  No entendí nada.  Pero, aquel domingo me puse de pie y acepté la invitación que Dios me hacía desde la cruz. 

Una nueva relación comenzó allí.  Nací de nuevo.  Eché a un lado mi tesis doctoral y comencé a estudiar sobre “el Pan de Vida,” Cristo, La Palabra de Dios.  Comencé a visitar iglesias, a asistir a servicios de oración y a estudios bíblicos.  Fue el proceso que Dios usó conmigo.  Dios sabía cómo yo necesitaba aprender.  ÉL conocía el proceso y mi estilo de aprendizaje, pues ÉL me conocía desde que yo estaba en el vientre de mi madre.  Dios sabía que mi mente estaba repleta de ideas contrarias al Cristianismo y que yo no sabía nada de “espiritualidad cristiana.”  Dios tendría que enseñarme como a un niño.  Por eso necesitaba que yo naciera de nuevo.  Dios quería que aprendiese a aprender, para que, eventualmente, aprendiese a animar a los demás.

Dios me había llevado a Boston con un propósito divino.  Yo creía que iba a terminar mi tesis doctoral, pero Dios sabía mejor que yo que de nada valía el grado académico si no iba acompañado con el ingrediente principal, el propósito de Dios para mi vida, el punto óptimo de mi existencia: aprender a animar y apoyar a los demás.  Dios me llevó a Boston para demostrarme su amor por mí, para demostrarme su gracia. 

¿Cuán importante era Boston para mí?  Yo, “un jibarito puertorriqueño,” terrible estudiante, había llegado a Harvard, la mejor universidad del mundo, ubicada en el área metropolitana de Boston.  Dios me llevó de regreso allí, como si me llevara de regreso al útero de mi madre, para que yo naciera de nuevo.  Dios hace entradas y salidas majestuosas con algunas personas que hemos sufrido desgarramientos y heridas profundas en nuestros corazones.  A veces lo hace porque sabe anticipadamente que sufriremos tales quebrantos y nos prepara para ello.  Sin embargo, con otras personas actúa de manera muy diferente.  Solo cada uno(a) de nosotros(as) tendremos que decidir si aceptamos el equipaje, el bagaje, la gracia o si lo dejamos y decidimos no creerle a Dios.  Nadie puede decidir por nosotros(as).

A los tres meses de haberme entregado al cuidado y la gracia de Dios, regresé a Puerto Rico.  Durante todo el tiempo que había pasado “considerando,” o “experimentando” a Dios, mantuve una relación amorosa con la joven que me había presentado a Jesucristo.  Fue una relación distinta.  Fue una relación de gran intensidad y mucho amor.  Muy pocas personas sabían que existía esta relación.  Muchas personas no aprobaban que una joven de “la iglesia” tuviese relación con un hombre divorciado y profesor de la universidad.  No era “aconsejable.”  Muchas personas trataron de persuadir a la joven que desistiese de tal relación, pero nosotros nos amábamos profundamente. 

Además de haberme presentado a Cristo, ella me había presentado a su hermana y cuñado y, a través de ellos, había conocido al pastor panameño que me recibió en Boston, Rdo.  Eduardo Maynard.  A través de ella, además, había asistido a mi primer culto de Viernes Santo en una iglesia “protestante.”  No les voy a repetir la historia.  Ella, de nombre, Anamaris Chico, era una joven muy inteligente y encantadora.  Con ella mantuve una relación entrañable que se extendió mientras yo estaba en “mi búsqueda” y ella estaba en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras realizando sus estudios universitarios.  Cuando yo regresé de Boston, le ofrecí matrimonio y, eventualmente, pedí su mano formalmente.  Luego de haberle conocido por tres años, decidimos casarnos.

Anamaris fue de gran ayuda para rehacer mi vida.  Ella conocía al Señor pues se había criado en la Iglesia Metodista “La Roca.” De hecho, había sido presidenta de la Sociedad de Jóvenes.  Allí su mamá y su hermana mayor también eran líderes.  Además, su entrega al servicio cristiano le había llevado a colaborar conmigo en la investigación de mi tesis doctoral y la redacción del informe final.  De esa manera, Anamaris se convirtió en mi asistente administrativa y mi colaboradora más fiel.  Así ha sido siempre, hasta el día que escribo estas líneas.   

Luego de finalizar mi disertación doctoral, al reincorporarme a la cátedra, Anamaris y yo nos mudamos a Camuy.  Allí me integré a la Iglesia Metodista “La Roca.”  Allí estuve dos años estudiando La Biblia y practicando los rudimentos y las disciplinas espirituales de la fe cristiana.  Allí recibí la enseñanza más profunda y de consecuencias eternas que jamás recibiría en ninguna universidad.  Allí conocí la gracia de Dios que busca, perdona y santifica al ser humano.  Allí colaboré con la Iglesia como laico destacado en la enseñanza y la predicación.  Allí recibí mi llamamiento para el pastorado.  Fueron muchas las ocasiones que salí a predicar a iglesias, campamentos y retiros por todo Puerto Rico, Colombia y la República Dominicana.

Finalmente, y luego de haber enseñado en la Universidad de Puerto Rico en Arecibo por 12 años, de haber ocupado posiciones importantes en la Administración de Colegios Regionales de la UPR y de haber completado todos los requisitos y haberme graduado de Doctor en Educación de la Universidad de Harvard, renuncié a mi cátedra universitaria y me fui con mis “padres espirituales” y mentores, “Junior” y “Coqui,” a levantar una Iglesia Metodista para los latinos/hispanos en Milwaukee, Wisconsin.  Así me tocó dejarlo todo por seguir a Cristo.  Y doy gracias a Dios.  Para ese entonces, además de mi hijo mayor, Juan Urayoán, tenía una nueva familia con dos niñas, Ana Yarí y Yariana. 

En 1989 me trasladé a los Estados Unidos y ayudé a levantar una iglesia metodista hispana en Milwaukee, otra en Waukesha y un Hogar de Misericordia para adictos en rehabilitación y restauración en Milwaukee.[10]  Mientras colaboraba en el desarrollo de la Iglesia Metodista Unida-Hispana en el sur de Milwaukee, conseguí una posición como Profesor de Educación en un Colegio de Artes Liberales privado, el Carroll College,[11] en una ciudad contigua a Milwaukee, llamada Waukesha.  Allí me trasladé con mi familia y, junto a Anamaris, colaboramos en el desarrollo de otra Iglesia Metodista Unida-Hispana, en Waukesha, WI. 

Esta iglesia era pastoreada por el Rdo.  Ángel “Gary” Garay y su esposa, hoy Rda.  Amparito Garay.  Ellos tenían tres hijos jóvenes y estaban levantando una congregación en esta ciudad.  El Rdo.  Garay era un excelente cantante, con gran experiencia en la música secular y la música cristiana.  Además, con una serie de destrezas manuales y artesanales, que le colocaban en una posición maravillosa de ayudar a mucha gente.  Su experiencia y testimonio también le colocaban en una posición extraordinaria para atraer a muchas personas a los Pies de Cristo.  Su predicación y enseñanza le habían permitido obtener un cúmulo de experiencias impresionantes para el ministerio cristiano.  Su esposa, la Rda.  Amparito Garay, también contaba con una serie de experiencias extraordinarias que le convertían en una vigorosa predicadora e intercesora incansable.   

Ambos fueron también destacados y muy importantes en la transformación de mi vida.  Uno de los ejemplos más impresionantes que dejaron grabados en mi corazón fue que luego de estar ubicados y plácidamente estar pastoreando la congregación metodista unida hispana en Waukesha y de lograr adquirir un templo hermoso con excelentes facilidades y comprar una casa propia en las cercanías de la iglesia, ellos decidieron dejar todo eso para ir de misioneros a Honduras, en Centro América.  Las diferencias en condiciones entre ambos lugares eran notables, sin embargo, ellos respondieron al llamado de Dios.  Hoy (2008) se cuentan sobre 10 las congregaciones que ellos ayudaron a fundar allí.  Por ésta y por muchas otras razones, yo puedo afirmar que ellos son también mis “padres espirituales” y mentores, junto a “Junior y Coqui.” 

Gracias a las experiencias que tuve en Camuy, en Milwaukee y en Waukesha, finalmente, Dios me llevó a solicitar y ser aceptado en el Seminario Teológico Metodista “Garrett-Evangelical” en Evanston, IL (muy cerca de Chicago.)  En este Seminario, estudié mi Maestría en Divinidad, trabajé como Director de Ministerios Hispanos y, cuando terminé la Maestría, trabajé como Profesor de Educación Cristiana.  Para este tiempo, fui nombrado Pastor de una Iglesia Metodista Unida Hispana “Kedzie Avenue” en el barrio latino de Chicago.  Allí me mudé con mi familia, que ya había aumentado con la llegada de mi tercera hija: Mariana.  Allí tuve mi primera experiencia como Pastor de una congregación o iglesia local. 

Al finalizar mi primer año como pastor en esta congregación, fui convocado por el Obispo de la Iglesia Metodista de Puerto Rico (Rdo.  Dr.  Víctor L.  Bonilla-Bayón) a regresar a la Isla.  En 1993, en Ponce, en la Iglesia Metodista de Puerto Rico “La Resurrección,” recibí mi primera ordenación.  Allí fui ordenado Diácono de la Iglesia Metodista de Puerto Rico.

A comienzos del año 1994, el Obispo me nombró como Pastor de una congregación en Arecibo, la Iglesia Metodista de Puerto Rico “Juan Wesley.”  El santuario de esta congregación se ubica a pocos pasos de la Universidad en donde había trabajado por 12 años, en donde había conocido a la estudiante que me presentó a Cristo, con la cual me casaría eventualmente y en donde había servido como consejero de la Confraternidad de Jóvenes Cristianos, entre otras muchas funciones.

También ese año, comenzamos a desarrollar la Escuela Teológica Pastoral de la Iglesia Metodista de Puerto Rico (para pastores y pastoras locales), ofrecida en el Seminario Evangélico de Puerto Rico en Río Piedras.  Esta Escuela se ofreció y fue dirigida por mí por espacio  de 10 años. 

En el 1995, en Arroyo, fui, finalmente, ordenado Presbítero de la Iglesia Metodista de Puerto Rico.  Mi sueño (punto óptimo, propósito, misión, o vocación) de ser ministro de Dios, por fin, se vio realizado a mis 45 años de edad. 

Serví como pastor de la “Juan Wesley” hasta mediados de 1999 y, luego serví un año en el Seminario Evangélico de Puerto Rico y, posteriormente, fui nombrado pastor de la Iglesia Metodista de Puerto Rico "Obispo Fred P.  Corson", en San Antonio, Ponce.  Allí serví por 8 años. Luego fui invitado a dirigir los programas hispanos de la Iglesia Metodista en Florida.  Allí estuve tres años supervisando 40 iglesias hispanas. Finalmente, regresé a Puerto Rico para servir como Pastor en Villa Fontana, Carolina. Alli me jubilé en diciembre de 2013. 

Confieso que he nacido de nuevo.  Soy testigo del Poder de Dios.  Soy testigo de la gracia de Dios.  He conocido su amor.  Testifico que Dios nunca me ha abandonado.  En medio de las tormentas, Dios ha sido fiel: ha estado conmigo en todo momento.  Dios ha sido mi sustento.  Mi corazón está dispuesto para Dios.  Dios me ha usado para su misión y estoy agradecido.

Gracias a estas experiencias, y muchas más, Dios ha ido desarrollando en mí un corazón ardiente dispuesto para alentar, motivar, animar, entusiasmar, exhortar, apoyar acompañar y consolar a otros y otras.  Amar como he sido amado; perdonar como he sido perdonado; bendecir como he sido bendecido; consolar como he sido consolado; alentar como he sido alentado; en fin, “dar por gracia lo que por gracia he recibido” (par.  Mateo 10:8.)  Este breve testimonio trata acerca de lo que Dios ha hecho en mí y lo que puede hacer en ti, si tú se lo permites. 

Estoy convencido que nací para aprender y que el aprendizaje es y será un proceso que me acompañará mientras dure mi viaje por esta vida.  Por eso, deseo seguir aprendiendo para aprender a ser el suave aroma de Cristo para los demás.

(2014)



[1] Colegio Nuestra Señora de La Merced, Urb.  Roosevelt, San Juan, Puerto Rico.

[2] Sister Claire (monjita de la Orden de “Our Lady of Mercy”) cuyo nombre laico era: Margaret O’Brien.

[3] “College Entrance Examination Board.” Examen administrado a todos(as) los estudiantes que desean ingresar a las universidades del país.

[4] Colegios universitarios privados que ofrecían grados universitarios de dos y cuatro años.  Por su carácter privado, se asumía que su rigurosidad era menor que la de “las Universidades.”

[5] Aunque no todo el mundo lo cree, yo creo que Dios envía ángeles en misiones especiales y que su gracia, como dice Juan Wesley, es “Anticipante.”  La gracia de Dios busca maneras de mostrarnos, a través de personas que son enviadas por Dios, el camino correcto.

[6] “Escuela de Desarrollo Creativo,” Cupey Alto, Río Piedras.  Esta era una escuela “sin grados y sin notas.”  Era una escuela de avanzada, que se interesaba por el aprendizaje de los niños y niñas.  Fue una experiencia inolvidable y transformadora para mi.  Su directora fue la Prof.  Rita Rodríguez.

[7] El Grito de Lares fue un levantamiento militar de hacendados y vecinos de este pueblo en el centro de la Isla contra el gobierno colonial de España en Puerto Rico.  En Camuy existía un grupo de insurgentes que planificaba participar de la revuelta.  En medio de una conversación secreta, alguien escuchó de los planes y tuvieron que adelantar la fecha.  Algunos estudiosos sugieren que esta fue una de las razones para el fracaso del Grito de Lares.  El levantamiento surgió y se declaró la Independencia de Puerto Rico, pero solo duró 12 horas en ser contrarrestado por la Guardia Civil Española.  

[8] El impresionante testimonio de “Junior” lo incluyo como un apéndice de este libro pues él fue mi “padre espiritual,” mi mentor y mi mejor amigo.  Él falleció en el 1998 a los 49 años de edad.

[9] Esta agrupación musical de jóvenes de la Iglesia Metodista “La Roca” llamada “Seguidores Por Fe” fue dirigida por Coqui Chico por espacio de 28 años. 

[10] Nunca pensé que, diez años después de ayudar a organizar la Casa de Misericordia, y dos años después de la muerte de “Junior,” mi propio hijo mayor fuera a necesitar los servicios de aquel Hogar.  La Pastora para aquel momento era “Coqui” Chico.

[11] Este era el colegio de Artes Liberales (con programas de bachillerato) más antiguo del estado de Wisconsin.  Ellos me ofrecieron una posición en la Facultad de Educación para que les ayudara a desarrollar su primer programa graduado, una Maestría en Educación.  Por cinco años habían intentado, sin éxito, una aprobación de la Asociación de Escuelas, Colegios y Universidad de los Estados Centrales (“Middle States Association of Schools, Colleges and Universities”), la agencia acreditadora de programas universitarios.  En solo seis meses, gracias a Dios, el “jibarito puertorriqueño,” desarrolló, preparó y presentó la Maestría en Educación, con énfasis en la investigación educativa, y logró que fuera aprobada en la primera ocasión que fue presentada.  El Colegio “Carroll College” se convirtió, luego de 143 años, en universidad con su primer programa graduado.  ¡Gloria a DIOS!  

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