En una ocasión participé de una actividad de la denominación y conocí a una pareja de miembros de la Iglesia en Ponce, PR. Ellos me pidieron que visitara al hermano mayor del esposo quien estaba confinado en una cárcel de Arecibo, donde yo pastoreaba.
Al poco tiempo hice los arreglos y me inscribí para convertirme en el “amigo consejero” del confinado. Así conocí la razón por la cual estaba confinado. Había sido encontrado culpable de traficar con drogas. Me toco servirle, visitándolo e intercediendo en su favor. Conocí a su mamá, su hermana y sus hijas. Visite el hogar de la mamá y allí encontré algunas de sus pertenencias, adquiridas con el dinero sucio de la droga. Motoras, carros, etc.
Pasó el tiempo y yo seguía visitando al confinado casi semanalmente. La cárcel quedaba en un lugar apartado y de muy hermosa vegetación y flora. Era un lugar muy guardado y vigilado, aunque las drogas entraban de todas formas. Ya los policías me conocían y me respetaban, aunque me miraban con recelo por estar sirviendo a un traficante de drogas.
Lo mas triste ocurrió unos meses después. En Arecibo se desató una epidemia de dengue y afectó a muchas personas, algunas murieron a causa de esa epidemia de dengue. Entre las personas que murieron estaba la hija mayor del confinado. Tenía 15 años, recién se había casado y estaba embarazada al momento de fallecer, victima del dengue. Entonces me asignaron la tarea de notificarle al confinado la noticia.
Esta, confieso, fue la tarea más difícil que recibí durante todo mi servicio como Pastor. Cuando llegué a la cárcel, lo primero que me dijeron fue que no era “día de visitas.” Pedí hablar con el Comandante, jefe de la guardia penal. Me recibió con cara de pocos amigos. Le expliqué lo que pasaba y lo que me había traído allí. Me concedió 5 minutos y me asignó un cuarto de reunion que usan los abogados para reunirse con sus clientes confinados. Cuando le dije al confinado por qué estaba allí, su grito se escuchó en todo el penal y me hizo temblar de angustia, dolor y susto.
Le permitieron asistir al hogar en donde yacían los restos de su hija por dos horas y con dos guardias. Le dieron algún medicamento fuerte para calmarlo pues en la casita en donde estaba su hija en un féretro, no decía nada, no expresaba ninguna emoción o sentimiento. Estaba “drogado”, en otro mundo. Finalmente, los guardias penales lo levantaron, montaron en el vehículo oficial y se lo llevaron de regreso a la cárcel.
Seguí visitándole por algunos meses mas, hasta que lo trasladaron a un programa de rehabilitación de donde se escapó y nunca supe nada mas de él.
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