Para cuando yo fui Pastor en la Iglesia Metodista “Juan Wesley” en Arecibo, el templo no tenía aire acondicionado. Arecibo es una ciudad en la costa norte de Puerto Rico y, a la hora de celebrar actividades en el templo, era necesario abrir todas las ventanas y puertas para tener un poco de alivio. El edificio de cemento acumulaba mucho calor durante el día y se sentía bastante caluroso por la noche.
Al quedar frente a la carretera principal, el templo quedaba expuesto y era costumbre dejar prendidas las luces del exterior como medida de seguridad. Por esta razón, las bombillas habían que cambiarlas con cierta frecuencia.
Yo había notado que a la hora de cerrar el templo, todo el mundo se iba y me quedaba yo solo para guardar el vehículo (van) de la iglesia, apagar luces, apagar equipos de sonido y cerrar, literalmente, diecinueve (19) ventanas, unas cuantas puertas, rejas y cerrar candados. También había que cotejar las cerca de 12 lámparas que iluminaban el exterior del templo. Habían que abrir, sacar la bombilla y colocar la nueva. Este trabajo le tocaba al Pastor, quien notaba cuando amanecían algunas bombillas apagadas.
Cansado de estas dinámicas, le pedí ayuda a los jóvenes. Recuerdo que el presidente de los jóvenes fue el único quien junto a su novia respondieron a mi pedido inmediatamente. Ambos pasaron todo el próximo día conmigo cambiando bombillas, arreglando muebles de la Escuela Bíblica, pintando y preparando las facilidades para recibir a la Iglesia el próximo domingo. También exhortaron a los jóvenes para que me ayudaran a cerrar ventanas después de los cultos y reuniones.
Esa pareja de jóvenes se convirtió en mis ayudantes especiales. Fueron muy amables y amorosos conmigo. Les tomé mucho cariño. El presidente de los jóvenes era también hijo de uno de los lideres de la iglesia (quien también era miembro de la Policía de PR) y parte de una familia numerosa y fiel a la Iglesia.
Una noche del mes de octubre, mientras el joven regresaba a su casa sufrió un accidente de auto muy cerca de su hogar. Recuerdo que recibí una llamada del padre, pasadas las 12 de la medianoche, informándome que su hijo había tenido un accidente grave y que estaba en el hospital. Me levanté, me vestí y salí hacia el hospital inmediatamente.
Al llegar al hospital, entré por la Sala de Emergencias y observé el cuadro mas desgarrador que padre alguno podría observar. Había sangre por todos lados y una herida abierta en la cabeza del joven. Después de un rato llegaron muchos miembros de la familia y como a las 5 de la madrugada se elevaba un helicóptero ambulancia que llevaría al joven herido a la Sala de Traumas del Centro Médico en San Juan. Junto al joven iba su padre. El resto de la familia iría en vehículos privados en la misma dirección.
Yo me quedé en el estacionamiento abierto del hospital observando el helicóptero que se llevaba a aquel amado hijo. Su nombre también era Juan, como mi hijo y había nacido el mismo día que mi hijo. Así que pensé en él y lloré profusamente.
Aquel joven, apodado “Gordo” (aunque era flaco), querido por todo el mundo, estuvo hospitalizado por 4 meses hasta que, finalmente, el 7 de febrero, falleció. Durante esos meses le visitábamos frecuentemente y no fueron pocas las veces que pensamos que iba a despertar de la coma y recuperar su salud. Los traumas recibidos fueron muchos y profundos y el daño fue irreparable.
Durante ese período de tiempo hicimos gestiones para trasladarlo a EEUU a recibir tratamiento pero no fue posible. También hicimos planes para realizar un radio maratón con Raymond Arrieta y un grupo de artistas para recaudar fondos para su traslado, pero unas semanas antes de la actividad, Juan “Gordo”, partió a su morada eternal.
El funeral de este amado joven fue algo impresionante. Por primera vez, la carretera principal (#129) que lleva de Arecibo a Lares, hubo que cerrarla. La cantidad de personas, Policías, miembros de las iglesias y la familia, fue extraordinaria. No puedo describir con palabras lo que sentimos durante el velatorio que se celebró en el mismo templo que Juan había cuidado tanto.
Luego de su sepelio vino la fase del juicio en contra del conductor que había impactado el vehículo de Juan en la carretera #2 y que le había causado la muerte. Según los informes de la Policía, el conductor venía a gran velocidad e impactó de frente el vehículo en donde viaja Juan. El conductor que venia del Este hacia el Oeste hizo un viraje a la izquierda (Sur) sin tener el debido cuidado del vehículo que venia de frente. Al impactar el vehículo que conducía Juan el golpe fue recibido en el lado izquierdo del conductor causándole graves heridas en el lado izquierdo de la cabeza y cuerpo de Juan.
Concurrí, junto con la familia de Juan, a todas las vistas, a la selección del jurado y al juicio que se celebró en el Tribunal de Justicia de Arecibo. Finalizado este proceso, el jurado decidió que el acusado no era culpable de los cargos imputados y el individuo regresó a su casa, a su familia. Nosotros nos quedamos llorando en el Tribunal. No podíamos creer lo que había acontecido. Fue muy difícil y triste.
Posteriormente, la Asamblea Municipal de Arecibo decidió nombrar la calle en donde vivía Juan con su mamá con su nombre: “Calle Juan A. Camacho Martinez”. Estuve presente en la dedicación y colocación del rótulo de la calle. Fue un honor póstumo muy agradecido por la familia.
Mi relación con la familia de Juan todavía continúa hoy mientras escribo en medio de lágrimas este relato. Descansa en paz, Juan A. Camacho-Martínez, “Gordo”. Amén.
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