Comenzando el Siglo 21 yo fui nombrado Pastor de la Iglesia Metodista “Obispo Fred Pierce Corson” en la ciudad de Ponce (2001), en la costa sur de Puerto Rico. Ponce era una Ciudad Señorial, con un caudal de aportaciones a la cultura de Puerto Rico que incluía aportaciones importantes a la música, las artes, la política, la historia. Era una ciudad muy bien cuidada, con hermosos parques, museos, teatros, comunidades e importantes universidades.
En aquel entonces a los pastores metodistas se les asignaba y proveía de una residencia segura y adecuada al ser nombrados a una iglesia local. La iglesia a la cual me habían nombrado tenía la Casa Pastoral inmediatamente al lado del estacionamiento del templo. Era una casa amplia y muy bien ubicada. Centros comerciales, supermercados, parques, escuelas, universidades y carreteras importantes quedaban cerca de la casa.
Cuando se cumplió el tiempo de mudarme con parte de mi familia a Ponce, la casa pastoral no estaba lista para ser ocupada por nosotros todavía. La estaban pintando, arreglando y equipando para recibirnos.
¿Qué haremos ahora?, me pregunté a mi mismo. Yo terminaba mi estadía como Director de Planificación en el Seminario Evangélico de Puerto Rico y como Decano de la Escuela Teológica Pastoral de la Iglesia Metodista de Puerto Rico. Llegaríamos a Ponce sin tener donde alojarnos. Pero, si Dios cuida de las aves, cuidará también de mi, pensé.
Resulta que una Pastora del área sur (Guayanilla), quien residía en Ponce con su hija y que estudiaba en la Escuela Teológica Pastoral, me ofreció su apartamento en Ponce. Era el noveno piso de un edificio en el centro de la ciudad. La Pastora tomó sus cosas personales, subió a su hija en su carro y se fue a quedar con una tía que vivía en la misma ciudad. Entonces me dijo: “Pastor, aquí se pueden quedar hasta que esté lista su casa pastoral.”
¡Que gesto tan hermoso!, pensé. Allí estuvimos un par de meses hasta que la Iglesia terminó los arreglos de la casa pastoral. Aquel gestó quedó grabado en el corazón de nuestra familia para siempre. Aquella Pastora se convirtió en el “ángel guardian” de mi familia y nos ayudaría en multiples ocasiones.
Fueron muchas las veces que aquella amistad se fundió en actos de bondad y generosidad entre las dos familias. A mi me fue concedida la bendición de oficiar la ceremonia del casamiento de la Pastora con un destacado laico de la iglesia en Guayanilla. La hija de la Pastora, quien cantaba y participaba activamente de las actividades de la Iglesia Metodista “Obispo Corson,” se convirtió en una hija mas de la familia pastoral.
Años después, al yo salir de Ponce para servir en Florida, aquella Pastora fue nombrada Pastora en la Iglesia Metodista “Obispo Corson”, iglesia en la cual ella había crecido y servido como Ministro Diaconal y Candidata al Ministerio Ordenado. Dios me concedió el privilegio de verla recibir sus Órdenes como Presbítera de la Iglesia Metodista de Puerto Rico.
Guardo gran admiración y cariño por la Reverenda Neida Soto Echevarría. No solo por hospedarnos, sino porque a través de los años se mantuvo cercana, servicial y cariñosa con toda mi familia. Gracias, Pastora.
Fueron muchos los gestos amorosos que recibí como Pastor en Ponce. Son incontables por ser tan numerosos. Desde el gesto de esta amada Pastora, hasta los que continué recibiendo aun después de mudarme fuera de Puerto Rico y al regresar y jubilarme del pastorado activo. No los olvido. Aunque solo serví ocho (8) años en Ponce, puedo decir que todavía continúo recibiendo distintas manifestaciones del cariño, aprecio y amor que conocí en Ponce. A todos y todas, gracias.
Algún día podré escribir sobre estos gestos de amor.
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